martes, 19 de abril de 2016

ESTAR A PRUEBA (NOVELA)





Las manos me tiemblan sobre la máquina de escribir y el sudor frío recorre lentamente el gesto inaudito de mi cara. Me vuelven esas imágenes terribles que él relató para que yo pudiera contarlas. Me habló pausado, recostado en su sillón verde. Viejo sillón verde, me dijo, mirándome echado para atrás con los ojos turbios, posicionado en el ángulo justo para ver los míos. Plegado al pasado, volvió a mirarme. Seguramente yo le hacía acordar a su hijo Juan, tendría mi edad.


Lo vi una o dos veces más. Charlamos durante horas. Siempre había ruidos en la cocina. Ruidos de mujer. Mujer que nunca me presentó. Sólo me dijo su nombre: Dana.


Miro la hoja y casi no lo creo. Garabateo sentimientos, miedo, Repaso la historia. Me cuesta apretar la primera tecla. Así empezaba su relato " Hoy me han hecho llorar la única carta que me mandó mi madre y las fotos de mi infancia. Me preocupa haberme ablandado y verme como un tibio, apurado por primera vez en contar mi historia".


Rafael. Esa vida. Qué vida. Una. Demasiado. Puso los dedos en L sobre su frente arrugada de 54 años, miró mi grabadora, y sin sentirse intimidado intentó contarme cómo sobrevive. Después de una pausa se compara con el escritor alemán y dice: " igual que Herman Hesse, la vida, a pesar del aparente absurdo, tiene un sentido".


"Lo oigo siempre que estoy realmente lúcido y despierto, para algo Dios me ha puesto en este lugar de la Creación, con obstáculos, amores, muertes y destino".


Después de sus palabras supe que es mentira que no somos nada. Si así fuera la muerte terminaría con los hombres y no quedarían rastros. No creo en la insignificancia. El mundo es distinto con o sin cada hombre. El pasar por esta Tierra, quiere decir algo, el desaparecer, también. No hay moldes para Hombre. Esa existencia única e irrepetible es la razón que me lleva a contar la historia simplemente de un Hombre.




1




Varón dijo la partera, mirándole los genitales de cerca para reconfirmar lo que ya había descubierto previamente.

El parto fue casero. El venía empujando, como impaciente por ver más allá del útero de su madre. Fue tan rápido que la partera tuvo que venir a domicilio. Era una partera tipo comadre como se llamaban antes, que no sólo ayudaba a dar a luz sino que también practicaba otros servicios y tenía varias habilidades.
Por eso más de una vez, le estiraban las manos y ella anunciaba el futuro.
Me cuesta creer que crean en esa locura sin la mínima noción de que la verdad podría ser francamente insoportable, que nublaría hasta el propio presente. A propósito... qué creen que hubiese hecho Rafael si hubiese sabido de antemano lo que le iba a pasar?

La parturienta se recostó en la cama grande con tranquilidad y en penumbras. Calentaron agua y algunas vecinas buscaron trapos, alcohol y desinfectante, pero fue tan rápido todo que antes que llegaran ya Rafael estaba afuera lleno de sangre y sonrisas.


Se iba a llamar Rafael para poder decirle Rafa, como a su abuelo. Tenía el pelo renegrido y la estructura grande. Nació grande. Pesó tres ochocientos. Fue fuerte y grande.


La casa adquirió de golpe un espíritu infantil. Se había desestructurado la vida esquemática y organizada. Antigua, si se quiere.

El jardín se llenó de fresias y el tendal dejó su apariencia adulta para llenarse de baberos y pañales. Esa cosita minúscula se convirtió en el nuevo referí de la familia. Desde el moisés imponía las nuevas reglas y los nuevos horarios. Estallaba su garganta en medio de la noche, y se reía cuando conseguía apoderarse de la teta nocturna.
Ahora la habitación contigua estaría permanentemente ocupada. Tendría más luz, se vería más simpática con cortinados nuevos y veladores de colores. Y esa alegría se transportaría a todas las dependencias de la casa.

No le había dado tampoco tiempo a su padre a llegar así que lo fueron a buscar a la estancia después del nacimiento. Cuando vio la tierra de un vehículo llegando a la tranquera se lo imaginó, Desensilló enseguida, soltó el caballo, llenó los bebederos y ató el perro. Después dio un vistazo general para saber si estaba todo como debía y enfiló por el corredor de la casa grande para el baño. Se sacó la boina vasca y se pasó el peine mojado para emprolijar.


En una hora estuvo en el pueblo. Entró despacio y se sacó la gorra en señal de educación. Se acercó al moisés. Lo miró un rato. La presentación fue a solas. De hombre a hombre. Después de un rato y con movimientos desacostumbrados lo agarró entre sus manos enormes y curtidas y se lo echó al hombro.


Su esposa desde el umbral de la puerta los miró feliz. Por primera vez estaban los tres.


Contemplaron un rato al niño; Don Esteban no demoró en llevarlo a su sillón de pana verde. Sillón unipersonal e histórico, de tipo presidencial pero ya deteriorado por los años, hundido y sin color. Lo había comprado su padre su padre en un remate comercial de los Pereyra Iraola hace más de 40 años y ese era el lugar de todas sus terapias.



Era su bálsamo, su contención. Y era el momento de hacer planes. La familia había cambiado, ya eran dos padres realmente grandes y ahora la cosa era de a tres.


Lo miró de nuevo y lo besó en la frente. Riendo le dijo: -no te tengo miedo pequeño- y su mujer retrucó riendo -deberías Rafael, deberías-.


Con el paso de los días, Marta no mejoró. Le diagnosticaron una infección pos parto que se delataba rápidamente por su color. Hubo que atenderla de urgencia y el parte del médico fue totalmente desalentador.


Para Don Esteban la noticia fue un balde de agua fría. Rafael era un hijo de la vejez, su mujer tenía 39 y él 48 y además su vida era el trabajo, sin el cual difícilmente pudiesen sobrevivir. A tal punto que los fantasmas de la muerte lo aterraron y hasta pensó en regalarlo si su esposa moría e irse bien lejos para no tener contacto con él. Pero no era una decisión fácil de tomar. No quería ser un irresponsable ni un cobarde, pero tampoco podía llevar una criatura a rodar por el mundo con el crudo invierno y las heladas del campo.


Con esa soledad y esa poca maña se sintió totalmente acorralado... pero tener un hijo huérfano con padre? eso tampoco era para hombres de bien, si no para desalmados.


Pasó la noche amoldado a su sillón verde buscando respuestas, amoldado a su sillón de cara al naranjo, de cara a la muerte, que amenazaba.

El era un hombre sensato, derecho, pero sobre todo trabajador, al que hasta ahora no lo asustaba nada, pero con su mujer enferma los nuevos pañales lo desorientaron.

Esos eran días muy difíciles. Más de una vez la otra mañana lo encontraba desparramado entre el caballo y las botellas vacías. El venía del campo cada 2 o 3 días. Cada visita era un nuevo martirio porque Marta, lejos de estar mejor, empeoraba. La idea de abandonar el bebé lo atormentaba más.


Solamente el rancho y los molinos sabrán todo lo que pasó por su mente en aquellos días. El no actúa ni grita ni confunde. Calla. Siempre calla. Vive del silencio y piensa antes de hablar. Quiere poco pero cuando quiere, quiere en serio. Nunca lo ves abatido. O sí.


Fue un tiempo eterno, difícil. Días eternos con gente alrededor de la cama en una especie de velorio viviente. Pero los milagros existen. Después de los treinta días empezó a mejorar. De a poco se fue normalizando, y la muerte se tomó licencia.






2




La infancia de Rafa fue rústica, de barrio. Con un paisaje simple donde la geometría de las casas blancas se escabullía entre los árboles y la polvareda del viejo tren les pasaba todas las mañanas por las narices y hacía crujir los hierros sin aceitar.


Tardes de alcantarillas, de vía y magia, magia especial que tienen los lugares de paso, con gente que va a cualquier lado.


Infancia de padre y madre, de vecindario, de monaguillo los domingos, de pelotas de trapo. Era tremendo y creativo y según su tía Isabel : terrible.

Una vez con Pepe, su amigo, viendo que la gente cruzaba el terreno en diagonal para ahorrar camino pusieron hilos atados de los árboles a un metro del piso. Se tiraron a la zanja a ver que pasaba para comprobar felizmente que Antonio, un viejo panadero de la cuadra, de lo llevó puesto con la bicicleta. El hilo grueso a la altura del pecho provocó un desastre y Antonio salió despedido y cayó de espaldas con un estruendo que los hizo reír a carcajadas.

El hombre tardó en pararse pero cuando logró hacerlo comenzó a caminar de frente hacia los niños y el terror se apoderó de ellos. - Levántense mocosos del diablo - les dijo-.

Rafa se tapó la cara con las dos manos para evitar el cachetazo que nunca llegó. El cachetazo fueron las palabras que el hombre pronunció: - Voy a hablar con tu padre, Rafaelito-.

El mundo le quedó en los pies. Ese era el peor castigo que podía elegir. Nunca le había pasado antes algo así.

Rafa sólo hizo silencio y rodaron por sus cachetes dos lágrimas enormes de compasión por el hecho y por sí mismo. A su padre no le gustaban "reos", lo decía casi siempre. Y para agradarle siempre usaba un buen vocabulario, era limpio y prolijo, sereno y educado.

La amenaza lo dejó muy preocupado. Su padre era muy importante para él. Era su núcleo, su referencia. Era todo.

Lo mejor que se le ocurrió hacer fue escribir una carta para pedir disculpas :

Senior Antoño:

Mi papá no está bien y no puede resibir notisias feas, por fabor, sea bueno y no le diga ,
perdone, nunca más le va  a pasar nada. Se lo juro. Rafaelito.





3





Era mitad de año. Uno de esos días en que Esther, la maestra de cuarto grado podía mantenerlo sentado y quieto en la biblioteca. Rafa estaba en un rincón con la lapicera detrás de la oreja y la nariz metida en el libro como si la lectura entrara por el olfato.


A la maestra le dio curiosidad tanto interés y le preguntó: -Qué leés mi amor?

Rafa agarró el libro del piso y marcando la hoja exacta con el dedo lo cerró un poco para levantarlo y mostrarle la tapa.

Cuando su maestra vio la tapa le sugirió dejarlo. -No vas a entender, -le dijo-.

Rafa esta vez no hizo caso, era demasiado apasionante aunque efectivamente no entendió, pero lo que no pudo entender lo retuvo, lo memorizó y aún hoy lo lleva impreso en su memoria.

García Márquez en uno de sus párrafos decía:


Desperté turbado por un mal sueño y tomé conciencia de que la muerte no era solo una probabilidad permanente, sino una realidad inmediata.


El tema de la muerte lo apasionaba. Siempre jugaba a los muertos. Lo sorprendía cómo podía detenerse todo en un segundo y quedarse estático y perder la respiración e irse a otro mundo. Al revés que todos los chicos él era un aficionado a la muerte.



Cuando su madre lo llamaba para bañarse, el se hacía el muerto en el patio.


-Vamos - decía su mamá - sos como un bicho moro, no te hagas, me vas a hacer infartar.

Y se quedaba sin pestañear hasta que las cosquillas de su madre lo sacaban de escena.

A Rosa su vecina, con la que compartían patio trasero, también se lo hacía. Y ella era tan excesivamente buena que a veces se apenaba por esas bromas pesadas le generaban gran preocupación.
 





4




Los años pasaron demasiado rápido. Terminaba la primaria y la verdad Rafa no quería dejar ni seguir estudiando. Una verdadera encrucijada. No quería dejar porque al no tener hermanos, sus vínculos eran sus compañeros. En su casa solamente estaba su mamá y eso lo aburría. Y quería dejar porque el estudio lo agobiaba.

Finalmente dejó. Pero aunque fue un dolor muy grande a la medida de su edad, tuvo que claudicar y despedir abruptamente esa niñez que lo caracterizaba.
Sus padres estaban mayores, hacía falta el peso y había que esforzarse.
De un día para otro le dieron el título de hombre y tuvo que andar por el mundo aprendiendo sin saber cómo.
Estuvo muy caído por ese tema, cambió sus rutinas, dejó de salir, hablar, comer.
Don Esteban intentó motivarlo pero Rafa era consciente de que sus doce años eran sesenta de su padre. Entonces no quiso estar otros cinco años en la escuela de brazos cruzados.

Su padre lo cruzó fuerte por eso pero perdió la batalla.


Rafa no sabía hacer trabajos de campo. Tampoco le interesaban. Apareció la farmacia, lo de Gouland. Una esquina muy tradicional de Guido. La más antigua y la más importante. Una recopilación de lo que es en sí mismo el pueblo. Una especie de esquina-Museo.

Pintada de rosa, que funciona al público desde el siglo XIX, con grandes ventanales, estilo colonial, un gran portón de madera pesada y un olor muy especial a productos químicos y resina. Un lugar histórico por el que todos pasaron. Rafa más.

Allí comenzó a trabajar como cadete, Y se quedó. Estuvo a gusto y se sintió útil. Hizo mucho trayecto y aprendió. Preparaba productos de todo tipo. Boga le enseño todos los secretos de la química. Supo de todo. Hizo de todo. Y también de hijo.


Las tres hermanas Gouland eran tres mujeres grandes y solas. Tres nuevas madres para él. Eran tres mujeres espiritualmente ricas y económicamente pudientes, una mezcla escasa en cualquier contexto de la historia.


Necesitaban un cadete y se quedó. Ellas tenían un gran sentido del humor, cierta forma geométrica y también un poco de simetría para moverse y para vivir. Las tres eran sumamente religiosas, creyentes. Pasaban muchas horas en la Iglesia, en las guarderías, en el hospital y el geriátrico visitando enfermos. También a Marta.


Sencillas, conocidas, reconocidas y queridas. Todo eso eran. Ese era el nuevo mundo laboral de Rafa. Y es cierto que las cosas que se hacen con amor salen mejor. Ellas hacían todos y cada uno de sus días con amor y por eso eran felices  y contagiaban felicidad.


Teter tenía el pelo amarronado, castaño y las caderas anchas. Era la mejor mano en la cocina  y la que preparaba mermeladas, conservas y postres, secaba al sol las cáscaras de naranja y las semillas de calabaza. A todo le encontraba buen uso y terminaba en alguna exquisitez.

Lola era la más callejera. Dirigía las compras y pasaba bastante tiempo en la farmacia. Inquieta y creativa. Siempre lo miraba a Rafa por arriba de los anteojos sugiriendo planes e ideas. Tenía un baúl lleno de revistas y libros de catecismo porque daba clases para preparar la primera Comunión.
Susan, la más ordenada. Responsable de las relaciones sociales, los adornos, las plantas, el patio y los sobrinos.
Las tres usaban polleras lisas a la rodilla y cierta renguera las caracterizaba. Con lo cual es bastante gracioso recordarlas caminar por la vainilla ( así se le dice a las baldosas de pueblo) de su cuadra.

Cómo no querer a Rafa en ese contexto. Cómo no adoptarlo, meterlo bajo el ala, enseñarle, apañarlo. Lo vieron crecer, aprender un oficio, ponerse de novio casarse, tener hijos y fueron también abuelas de sus hijos.


Todo lo hacían de a tres por eso con ellas todo era mucho, se multiplicaba, se sentía realmente, lo hacían como un dominó.


Eran una familia especial. Vaya a saber Dios por qué el destino aún las mantenía juntas y no habían decidido casarse y armar sus propias historias. Eso no se sabía. No se supo nunca. Siempre fue una incógnita esa vida triangular pero a ciencia cierta no había ningún misterio.


Y siempre el humor lo suavizaba todo. Al llegar a los 60, Teter se fue a pasar un tiempo al departamento de Capital Federal en pleno Santa Fe y Callao, para los que conocen es pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Esa nueva vida urbana no le sentó bien a su perro Abelardo que se entristeció hasta enfermarse y requirió un veterinario de urgencia. En las páginas amarillas encontró rápidamente uno alfabéticamente y lo citó a domicilio. Le dio antibióticos y le aseguró que estaría bien. Al día siguiente murió por neumonía.

Volvió a tomar el teléfono. Hizo tres llamados, primero a Rafa para ponerlo en tema. Dos, para darles la desgraciada noticia a sus hermanas. Tres: al cementerio de perros. Con la voz quebrada pidió un lugar para el sepelio y una santa sepultura. Le colocó al cuello una cinta roja con la virgen de Luján, lo envolvió con una sábana blanca y buscó una gran caja de televisor para meterlo adentro. De otro modo nadie la trasladaría con un perro muerto.
Sola luchó con la caja, bajó los dos pisos por escalera y salió a la puerta. Extendió la mano para para un taxi doble cabina que tuviera espacio suficiente para ambos y le pidió al chofer que pusiera con cuidado ese bulto en el auto. Nunca le dijo que iban a un cementerio. Sólo nombró la dirección y el taxista no pareció notarlo.
El taxista guardó rápido la caja en el baúl que decía PHILCO con letras azules y se apuró a sentarse en el volante. Cuando Teter fue a subir, el conductor aceleró haciéndole perder el equilibrio y escapó a gran velocidad, convencido de llevarse un buen botín que todavía las Gouland hoy están llorando.

La televisión algunos días más tarde fue testigo del caso.




5





Rafa con el paso de los años fue mostrando cierta adicción al trabajo, como su padre. Al salir de la farmacia, hacía algunos arreglos de relojería. Era un ingreso más. También en los clubes los fines de semana solía hacer de cantinero y así duplicaba el ingreso para ayudar en su casa.

Mientras sus amigos salían a pernoctar, Rafa se quedaba toda la noche detrás de una barra despachando vino y prestándole el oído a algún parroquiano que tienen como única compañía el vaso.


Matear juntos, en la mañana de pueblo, cuando la casa comienza a entibiarse y humea la vieja estufa a kerosén. El vapor de la pava empaña los vidrios y eso le da más calidez todavía a la charla.

Tarde o temprano las mujeres entraban en la agenda.
Ese día Rafa le hizo recordar cuánto le gustaba esa morocha que le había marcado. La tenía en la mente ya desde hacía tiempo y estaba llegando a pensar que tenía que hacer algo.
-Cuál -preguntó Pocho para obtener detalles -
-La de ojos verdes y tez blanca, Carmen, che-
-Y qué te pasa con ella huevón?- insistió Pocho -
-Pasa que me gusta. Me gusta en serio. Esta vez me tiro a la pileta. Porque yo soy bastante pelo...pero esta vez me tiro. - Qué pierdo? - preguntó Rafa-.
-Yo con tu pinta no dejaría títere con cabeza. Querete, cuidate, creetela un poco. Tenés todo para ganar - lo alentó Pocho -.

Eso era todo lo que necesitaba. Porque tal como lo había planeado sucedió.




6





Se pusieron de novio. Fue un día soleado. Ella llevaba el pelo prolijamente peinado y recogido con un sujetador, la boca con sonrisa levantada, el cuerpo armonioso y sereno, la sencillez detrás de los ojos y por donde se la mire como una copa de cristal.


Era tremendamente hermosa. A Rafa el acné le aumentó un dos mil por ciento, y le brotó en la cara también un almácigo de felicidad. Con ella la vida ya no era tan quieta ni tan lineal. Ahora las manos le sudaban hasta deshidratarse cuando la esperaba y el corazón le latía sin pausa y todos los órganos en sinfonía.


La invitó a salir. Tardó en creerlo pero fue cierto. Aceptó el primer día la cita para esa misma tarde.

Rafa la pasó a buscar con la camisa más linda que tenía, el pelo engominado, el pantalón con raya, perfume y documento.
Tocó el timbre y como un cobarde se escondió en la esquina para que no los vieran los padres y agazapado la espero ahí.
La vio venir con su pollera corta y supo que venía para siempre. Dieron una vuelta a la plaza y luego al cine, Rafa compró pochoclos para los dos, de modo de calmar la ansiedad, hacer algo y encontrar un tema de conversación.
Se sentaron atrás como buenos debutantes, por si surgía el beso o poder tocarle aunque sea las piernas.
Conociendo un poco su apellido y e imaginando a su familia, trataba de imaginarse quien era ella, qué gustos tenía, que podía regalarle...
Se enamoraron. Fue el primer amor. El más puro y único. Un amor sin especulaciones, un verdadero amor.
Ella tampoco tenía hermanos, así que se acompañaban mucho y compartían todo. Sólo una vez pelearon y fue un abismo para Rafa. El mundo se le terminó. Le agarró la mano, la besó. Se quedó mudo, dijo disparates... desde que ella lo dejó su dirección se ha vuelto como un imán desesperado y necesita pasar por allí, saber que está ...verla.

El domingo pasado lo encontró la mañana tirado en su vereda por la borrachera, lo despertó el sol en la cara después de una víspera sin ella. Y estuvo tieso, helado, y no comió ni durmió hasta que tuvo nuevamente a Carmen. Creo que sin ella realmente enloquecería.


Felizmente no duró demasiado la ofensa y ella lo llamó para que se vieran. Rafa supuso que se iban a arreglar y le dio rabia mostrarle su flojera, pero después de haber sufrido tanto, no tendría y no tuvo huevos, para decirle NO.


Fue a buscarla. Estaba más linda que nunca y directamente lo besó en la boca. En es momento Rafa ya supo que todo estaba intacto. Había piel, energía, amor.

Terminaron en la cama. A media noche ella lo despertó con un beso y le ofreció algo para tomar. Fue a la heladera buscó un refresco y volvió a la cama. El , nada.
-Rafa no te hagas, ya sos grande, tonto -lo increpó Carmen-.
Rafael ni respiraba. Le hizo cosquillas. Se contuvo. Cuando la notó ya enojada abrió los ojos y se sentó en la cama de un salto. -No te te puedo hacer un chiste, nena!- bromeó Rafa -
-No se te ocurre algo mejor? -cuestionó Carmen-
-Sí, se me ocurre algo mucho mejor - contestó Rafa recordando que habían estado peleados y que no quería volver para nada a pasar por esa situación- y comenzó a revolverle el pelo y haciéndole perder el equilibrio la tiró a la cama y empezaron a besarse de nuevo.

Hablaron. Se adelantó el tema del casamiento, los preparativos. Luego Rafa se fumó un cigarrillo tranquilo y se durmieron enredados.





7




En un par de horas el despertador sonó hasta los huesos. Rápidamente ordenaron todo  y en media hora Rafa estaba acostándose en su casa vestido porque en tres horas ya tenía que ir a trabajar.


En ese interín, llegó Lulo, un vecino de la estancia a avisar que su padre había tenido un problema. Era 28 de mayo, Le diagnosticaron un espasmo cerebral.

Lo vio el doctor y sin dar muchas vueltas nos anticipó que no iba a quedar bien. Le había afectado el habla y también algún centro motor porque no podía mover las manos.
Fue un golpe muy duro, de pronto la autoridad, su referente, el hombre fuerte de la casa cambia su rol y todo cambia.
Estar quieto lo hizo empeorar y se sumaron las rabietas y una gran tristeza al verse sentado todo el día sin poder hacerse entender. Envejeció de golpe. Sufrió.

Días enteros en la cama, o arrastrándose con mucho esfuerzo hasta anclarse en el viejo sillón verde, donde podía echarse para atrás y amoldarse al conocido hueco de su traste, al conocido hueco de su pensamiento. Allí podía tomar algo tranquilo y mirar el naranjo por la ventana, podía por fin recordar, repasar la vida.


Rafa trataba de que no sintiera que le tenían lástima así que más de una vez le devolvía un insulto cuando su padre le quería hablar y él no entendía nada.


Don Esteban levantaba con esfuerzo sólo  el dedo mayor para devolverle la gentileza a su respuesta y allí llegaba la carcajada de Rafa:

-Qué querés viejo, si no sabés hablar? - y una palmada en la espalda lo hacía todo más ameno.

Su padre ahora era el nuevo niño lo que lo complicaba todo: por ejemplo: ahora  él era el grande. Y el hijo único es un puente entre los padres y su ego se va agigantando porque es el motivo de su trabajo, de su alegría, de todo. Pero los hijos únicos por serlo todo también a veces necesitan salir a tomar un poco de aire porque se siente asfixiado entre ambos.


Rafa con cierta vergüenza, tuvo que pedir un aumento en la farmacia para poder mantenerse. No quería que faltase nada y menos que su padre sintiese alguna culpa.

Estiró sus horarios, buscó otros curros y comenzó a llegar bien tarde.

La siesta hacía que por la noche Don Esteban estuviese todavía desvelado y más de una vez estaba pasado de copas a la medianoche. Rafa trataba de compartir una charla y de acompañarlo con una o dos copas porque el mismo médico le había sugerido : "Dale a tu papá lo que quiera porque es lo último".


Alrededor de las siete, el sábado, golpearon la puerta y entraron orquestadas, así como eran ellas. Eran las Gouland que conociendo la situación, se adelantaron.

Las tres lo rodearon y Don Esteban con una sonrisa melancólica y bien educada bajó la cabeza en señal de cortesía.
Ellas se sentaron en ronda, sabían perfectamente cómo manejar estas situaciones. Lola recurrió al humor para salir del paso y recurrió a anécdotas de la juventud.
Don Esteban se rió mucho con ellas y se sintió reconfortado -les agradezco de corazón- dijo en un susurro y estoy feliz de que Rafa las haya encontrado-.

Se abrió la puerta y el cuadro hizo sonreír al más joven de la familia que llegaba agotado.

-Qué hace el viejo Vizcacha rodeado de mujeres - les preguntó interrumpiendo la charla que en ese momento aludía al capítulo metafísico a la relación triangular del sillón, la ventana y el naranjo.

-Se los encargo-  dijo Rafa y se despidió de todos con un beso para irse a su habitación- sabiendo ya que pensaban sacarlo a dar un paseo.


-Antes querés echarle...querés rociarlo? le preguntó al oído, sugiriéndole que podía aceptar un vino si así quisiera.

-Luego -contestó- así me chupo y duermo fenómeno.

Los ojos se ponían brillosos de alcohol y lágrimas . Esos ojos hablaban sin hablar. Decían cosas que su padre nunca había querido decir.

Entre tanta tristeza a Rafa le encantaba leerlos. Le hablaban de sus buenos sentimientos, de su sensibilidad, era la posibilidad de reivindicarlo, de tenerlo cerca y que todavía no sea demasiado tarde.



8





Con los días y la práctica volvió a caminar. A tientas pero lo logró. No sé si fue bueno. Un sábado salió pero no volvió a las seis como de costumbre.


Carmen estaba esperando en el umbral de la puerta también su llegada. Comenzaron a buscarlo los vecinos, también la policía. Lo encontraron recostado en un pajonal con una botella entre las piernas y totalmente borracho.


En el hospital no pudieron hacer mucho, y lo devolvieron a la casa. La vuelta, la borrachera, el sillón, la ventana, la cama. Sin poder siquiera doblar las rodillas, dio media vuelta y se les tiró de traste.


-Ahora sí la próxima no erramos - aseguró golpeando el revés de una mano contra la otra queriendo decir que se iba a tumbar.

No se asustaron demasiado. Los que avisan nunca lo hacen.

Rafa quedó apesadumbrado, era mochilas muy grandes para su edad. Se lo comentó a Boga.

-Tanquilo Rafaelito, el viejo es pura espuma, entendelo - le dijo el farmaceútico y siguió con su recetario-.

Todo fue cronológico. Entraron dos clientes, sonaron las campanas de la iglesia y sintió el tren. Lo intuyó. Se quedó duro. Los rieles helados le corrieron por sus venas y apretó un frasco de vidrio ´con voracidad. Sintió impotencia y lo dejó caer como también cayó la vida de su padre.


Enseguida el teléfono. La madre del otro lado del tubo dijo: - es papá- y cortó.


Rafa salió como loco en un auto prestado. Pasó todos los semáforos en rojo, no recuerda cómo hizo el trayecto. Ese túnel negro que lo llevaba a otro peor.


El recorrido de la vida con su padre pasaba como una película durante el viaje desesperado por verlo por última vez. Se le cruzaban las imágenes sin identificarlas con claridad pero las encontraba frescas, genuinas, y se preguntó por qué, por qué Dios le avisó que su padre se estaba yendo y no le permitió impedírselo.


Llegó al Ferrocarril. Todo vallado. No lo dejaron pasar.

- No lo puede ver - dijo un oficial suponiendo que ya Rafael tenía la confirmación-
-Cómo no lo voy a poder ver? -cuestionó Rafael empujando al oficial de azul y saltando las maderas que se interponían entre él y su padre-

Lo vio hecho pedazos y ya no quiso haberlo visto. Ensangrentado, desarmado, ese pedazo de carne todavía humeante era su pobre padre que no encontró una salida mejor, que no pudo amarme lo suficiente para salvarse, que no pudo morir como vivió: dignamente.


Se sintió mareado. La policía lo sostuvo.

- Se lo advertí señor - dijo sacándolo del brazo y lamentando la insolencia opacada ahora por el dolor de un hijo frente a un padre.

Rafa que sólo había jugado a la muerte ( que por cierto nunca más lo hará) se dio cuenta de que ella estaba por primera vez ahí acechándolo, mirándolo a la cara, burlándose, tan fuerte y dolorosa que desarma.


Fue un golpe letal. Tuvo todo el día la muerte en la garganta y no podía sacársela. Sentía que la iba a llevar toda la vida ahí, sin poder escupirla, como un permanente ahogo.


Todos se ocuparon de desenredar el nudo de su culpa. Pero no alcanzaba y al mismo tiempo lo entendía y hasta lo justificaba. Sabía que en esa situación, probablemente él haría algo parecido.


Pero las contradicciones en estos casos siempre están a la orden del día: como hijo también pensaba que si lo hubiese amado lo suficiente, por él, se hubiese quedado.


Con los años fue aprendiendo que a veces por amor también se deja.


Igual es demasiado fuerte el golpe para encontrarle un argumento, una explicación. A veces está dando una explicación que nunca pudo darse. Habla de la muerte como si la  asumiera, pero cuando está solo mano a mano con su almohada, no la entiende, nunca la asumió ni la soporta. Es un debutante de la muerte.


La vuelta a casa desoladora. El sillón vacío, la ventana, el naranjo sin espectador. La orfandad. Y la vida que sigue sin prisa y sin pausa y vos estás quieto, frenado en ese momento y no te explicás cómo poder hacer para volver a andar.


Como todo el mundo con los días volvió. A hablar con su madre, a la farmacia, reapareció, esperó la palmada de Boga, que como siempre, contenedora, llegó. Las Gouland que orarían y harían todo lo humanamente posible y más por aliviarle ese dolor, y su gente querida, un puñado, la de siempre.


Igual no reparó demasiado en los saludos, las atenciones. Sí la de Carmen. Le pareció atinado mandar discretamente un ramo con una tarjeta, saludándolo a él y a su madre.




9




Carmen tenía 23 y Rafael 26. No fue fácil pero es verdad que el amor todo lo puede.

Las rosas rojas de la plaza en expansión. La Iglesia espléndida. Ella también. Todo perfectamente organizado. Estilo Carmen.
Rafa la esperaba en el altar, erguido, sonriente, como quien espera un ángel del cual tomarse de la mano y dejarse llevar.
El traje azul de refinadas terminaciones, la camisa blanca y la corbata roja bien ceñida al cuello le paralizaban la yugular que le latía doblemente por la emoción y los nervios.
Zapatos negros de puntera refinada, que hacían de mecedora de un cuerpo que por el momento no podía estar quieto ni encontrar el equilibrio.
La vio venir con con su vestido blanco tallado a su figura. Sencillo, armonioso. A paso firme, segura, la vio venir hacia él para toda la vida y se quebró. Todo estaba muy a flor de piel y era emocionante sellar frente a Dios un amor para siempre.

El ramo de flores en la mano y el pelo negro recogido. La sonrisa descomunal de Carmen y la mirada fresca y limpia, cómplice de Rafa, de un proyecto de una vida juntos en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe.


Las palabras del sacerdote fueron a medida y consintieron cada uno de los mandatos con formalidad pero con la honda convicción de un amor profundo, creciente, superador y sobre todo, sano.


Después de la celebración, la fiesta fue bastante íntima. Estaban las chicas de Gouland, las tías, Rosita, su esposo, los amigos de siempre y no más.



Volvieron a vivir a lo de Rafa. Terminó de madrugada y llegaron a tiempo de ver de nuevo los regalos, las tarjetas y los telegramas.


Rafa no pudo evitar pasar por el sillón verde y desde allí observó feliz toda la artillería nueva para el hogar, y todos los sueños puestos en el oficio de ser verdaderamente marido y mujer.


En muy pocos días volvieron al trabajo. Rafa a la farmacia, Carmen a la oficina.

A pesar de trabajar los dos, el ahorro se hizo difícil pero de a poco lograron comprarse el auto, progresar. No salirse del esquema fue la fórmula que les resultó más fácil porque Carmen era bien estructurada y Rafael, tal vez por la edad de sus padres, también.
Todo estaba en armonía y esa rutina funcionaba como una autopista por la que ambos podían transitar sin entorpecerse. Casi después de cinco años, cuando sintieron que estaban preparados, encargaron a Juan.

El primer hijo para Rafa fue un gran signo de pregunta que le hizo recorrer todo su pasado, todo su futuro. Tenía una energía que nunca habría imaginado, y luchó día a día para que todo marche bien.

Su matrimonio se fortificó con eso. Carmen no tuvo absolutamente ningún problema. Parto normal, pos parto mejor. Rafael no se sintió abandonado ni desplazado.Era verdadera felicidad.

La vida siguió siendo llevadera sin salir demasiado de su rutina, por eso al tiempo, encargaron a Tomi.

Otro varón. Los varones les encantan. Ya eran una familia tipo y decidieron parar.
La familia  se estaba construyendo tal como la soñaron. Los chicos eran sanos, educados y alegres.
Con Carmen era fácil entenderse y todo estaba claro de antemano. Cuando ella volvía de la oficina rápidamente organizaba la casa, la comida y los niños.

Pasaban el día con la abuela Marta pero ella se encargaba absolutamente de tomar todas las decisiones y hacer que se cumplan. La abuela se acostaba temprano, entre otras cosas para darles vía libre a los cuatro y que pudieran debatir en familia.


Los niños eran idénticos en su aspecto físico pero no en su personalidad: los dos tenían el pelo lacio y rubio cortado con forma de taza y un gran remolino cerca de la frente. Juan tenía un poco más pecosa la cara pero después los ojos marrones casi verdosos, las cejas bien marcadas, el gesto amable y desinteresado, la expresión de alegría, los domingos siete que tenían a menudo, eran casi iguales.

Tomás era más impulsivo y directo, menos charlatán y más independiente.


Comenzaron a construir una casa más grande. Ese era el nuevo blanco. Fueron a visitarla con Rosita. Estaba muy avanzada. Limpiaron obsesivas toda la obra en construcción como si no volviera a ensuciarse y luego compraron entradas para llevar al circo a los pequeños enanos.


El tiempo alcanzó para todo y cuando llegó Rafa ya estaban metidos en la  cama mirando la tele. Les besó la frente a los dos y ellos le metieron las manos al bolsillo para comprobar que había caramelos.

Rafael se sentó un momento con Carmen en la cocina para descansar y fumarse un cigarrillo.

-Car, no me servís un poco de soda? - sugirió Rafael señalando la heladera como si él no tuviera fuerzas ni para pararse-

- Si mi amor pero no querés mejor un poco de cerveza ?
-Me dará todavía más sueño! - exclamó Rafa-
-No veo cuál sea el problema a eso -respondió Carmen sentándose en su falta y revolviéndole el pelo.
Enseguida los pequeños que escucharon el diálogo se treparon por las piernas de Rafa hasta hacer una pirámide humana y acercarse al oído para decirle "viejo".
Todos soltaron la risotada  y formaron una gran albóndiga familiar de abrazos y besos.



10







Aquella mañana Rafa estaba en la farmacia como habitualmente. Los chicos todavía dormían, tenía colegio de tarde.
Carmen llegó al trabajo una hora anticipada, porque la noche anterior los chicos se habían dormido tarde y ella no había alcanzado a terminar los informes contables.
Su jefe la citó en el despacho, pero no para reprenderla, todo lo contrario. Charlaron durante diez minutos y después Carmen abandonó el despacho con un suspiro.

- Me acaban de aumentar una hora de trabajo. Dice que me necesitan, que no damos abasto...  repitió Carmen en tono burlón. Modificar una hora era modificarlo todo, porque todo estaba perfecta y armoniosamente organizado. Pero no había mucho por hacer ni discutir. El jefe manda.


Se lo transmitió a Rafa y él, por supuesto, lo minimizó. Tantas veces le había pasado lo mismo, que lejos de preocuparse se sintió comprendido, identificado.

-Y además con aumento de sueldo - preguntó su marido-.
-Un diez por ciento -respondió-
-Es perfecto- podrá avanzar más rápido nuestra casa, y mudarnos, y viajar... y por fin ya no estar tan apretados...

El razonamiento de Rafa la sedujo pero sólo en parte...- Porque hay otra cuenta que hacer -siguió-... ¿Cúanto vale una hora de mi vida. Cuánto vale una hora de cada día de todos los días de mi vida con mis hijos? En esa hora podía ir de compras, pasear con los niños, sembrar flores en el jardín o enamorarme (todavía más).

La cuestión es que mi cuerpo estará esclavo de la silla una hora más.... y me hace acordar mucho a Mario Benedetti, a su máquina de escribir, a su Tregua... Sueño con que me suceda lo mismo que a él. Aprovechar la rutina para hacer el trabajo mecanicamente y utilizar la mente en cosas más valiosas y dar rienda suelta a la imaginación para que en medio de la monotonía pueda crear obras maravillosas que trasciendan la vida.




11




Todavía la niebla no permitía ver bien de lejos. Rafa salió afuera para ver un precio de vidriera sobre la 9 de Julio y luego se quedó parado en la puerta un momento con las manos en los bolsillos para contemplar justamente esa rara mañana de otoño.

Hizo un paneo general con la mirada. Los rayos del sol se mostraban en caída libre sobre la plaza central tratando de dar luz al paisaje. La plaza San Martín que es verde a la mañana, se vuelve dorada al mediodía y ennegrece a la tarde hoy tenía un color opaco y uniforme donde nada ni nadie podía definitivamente distinguirse.
Rafa todavía parado en el escalón de entrada, trataba de descifrar los saludos de mano en algo.

El Banco Nación justo enfrente generaba movimiento desde muy temprano. En la otra esquina, casa Isla. A cien metros la iglesia catedral bien sofisticada, con su campanario de hierro, se levanta en el centro justo de la escena. Firme y erguida. Omnipotente. Todos están al alcance de la mano de Dios si es que Dios está en las Iglesias.


Estaba distraído cuando escuchó un grito que decía su nombre y al girar la cabeza vio que desde adentro le pedían con urgencia que se fuera hasta el escritorio de Carmen.

No alcanzó ni a preguntar el motivo pero el modo en el que lo desayunaron no parecía nada bueno. Pensó que les había pasado algo a los chicos. Salió como estaba. Eran sólo dos cuadras así que las hizo corriendo. Llegó agitado. Había mucha gente, mucha gente rodeando a Carmen, que estaba desmayada sobre su escritorio, inconsciente.

La ambulancia no tardó en llegar aunque para Rafa fueron mil años. En su desesperación no pudo ver siquiera quienes la rodeaban. Sólo la miró a ella, le desajustó la camisa y le recogió el pelo. Intentó llevarla por sus medios pero cuando se dio cuanta que la prohibición era enserio,  se pegó a ella y únicamente rezaba.


No fueron más de dos o tres minutos los que tardaron en venir a buscarla. Fueron minutos de desasosiego, de no entender nada. Médicos, enfermeros, camillas, cables, el doctor que lo miraba y no atinaba a decir palabra.


En un momento de lucidez avisó a la farmacia, las Gouland se pusieron en guardia. Rafael intentó familiarizarse con esos techos altos y esas paredes heladas, con los enfermos y las enfermeras, ponerse fuerte y hacerle frente al miedo. Por el momento lo único que podía hacer, era fumar.


En una banqueta al final del pasillo encontró su lugar. Huérfano, sin saber qué hacer, intuyendo la gravedad, imaginando el despertar o no de Carmen.


Le dieron cinco minutos para verla. Sin hacer el menor ruido se paró a los pies de la cama. Le acarició la punta de los pies y no se animó a avanzar más... parecía tan frágil... Se sentó en la cama del acompañante y la observó con ojos descreídos de lo que estaba viendo. En ese tiempo ella no había hecho más que forzar el pecho para su respiración que por supuesto, era asistida.


Pasaba el tiempo y los médicos no decían absolutamente nada. No podían decir nada aún.


Rafael pensó en los niños, en cómo transmitirles esta situación, pero pensó que era muy apresurado y sólo se limitó a llamar para que los mandasen al colegio normalmente . Pensó que si resultaba largo podría traerlos en los próximos días para que la vieran.



No sucedió.


Continuó la espera. Rafa entre café y café intentaba descansar de su estado de shock, y trataba de dominar sus nervios, de darse una respuesta....

Hacia las cuatro de la tarde el cuadro se hizo irreversible, lo llamaron los médicos y después de unas horas, acompañada solamente por la mano tiesa de Rafael, Carmen murió.

El mazazo helado de la muerte repetida lo tumbó en pleno día. Los olores a químicos, las sábanas inmóviles, los frascos, su cuerpo, la cara, su locura, todo gira en su cabeza y grita...  grita de dolor...

La viudez helada le corrió rápidamente por todo el cuerpo. El también empezó a morir un poco. La muerte insistía.

Se sintió profundamente solo, la noche lo invadió en pleno día y miró hacia la ventana buscando un rayo de luz en alguna parte, para poder andar a tientas, aunque sea y nuevamente por el camino de la muerte. Volvió a tumbarse sobre el cuerpo ya inerte de Carmen, de su mujer, de la que juró amar para siempre... y quiso no salir de ahí... quiso quedarse ... en ella sintió una paz total, la de siempre, la que ella toda la vida que estuvieron juntos supo darle.


¿Cómo podían pensar que saldría de allí a enfrentar una vida de nuevo? a decirles a Juan y a Santiago...a terminar la casa, el trabajo, los días.... qué sentido podía tener ya todo eso?



Tuvieron que separarlo los médicos. Arrancarlo. Y la congoja volvió a salir desde adentro otra vez y fue a desvanecerse en la boca y balbuceó y lloró sin más remedio, como un chico, abrazado al doctor.


Maldijo el aneurisma. Pensó dolorasamente en los niños. Pensó en volver a su casa sin ella...

Los malditos trámites todavía lo distraían un poco de la realidad. La burocracia fúnebre en el primer momento evita lo peor. Estuvo ocupado en la papelería de la muerte. Perdiendo en eso el último tiempo que tenía para ella, eligiendo el cajón y esas cosas horribles que intentan hacértelas parecer buenas, cuando lo único que vos querés es sufrirla, estar a su lado hasta último momento, tratar de entender...

Se hizo una escapada hasta la casa de las tres hermanas y los encontró sentados a los dos junto al aljibe que tiene el caserón en el patio del medio.


Se acercó a ellos y se agachó a su altura. Creo que no hacía falta aclarar mucho. Los niños saben de antemano, escuchan, intuyen. Igual hay que sacarlo de adentro y es el momento. Les habló. Fue una conversación muy dura entre tres hombres que compartían juntos y por primera vez, el dolor más grande e inimaginable.


Se abrazaron con fuerza, les besó la frente, y les pidió mucha mucha fuerza sin quebrarse. Desde la puerta grande los miraba Lola, la más fuerte, sin poder creer tanto sufrimiento. Comenzó a tararear una canción y los dos pequeños corrieron  a pegarse a su falda. Rafael necesitaría más tiempo para ocuparse del velorio del entierro y de toda una historia nueva que ahora empezaba.


Les contó historias bíblicas noveladas y supo hacerles casi una leyenda complaciente de la muerte de su madre. Los dos rubios pecosos lloraron mientras ella los abrazaba pero como todo niño pudieron fantasear por el momento sin entender la eternidad.


Eran tan pequeños... Juan tenía 5 y Tomás, 3. Decidieron resguardarlos de los rituales de la muerte. Rafa los dejó para ir a enterrarla.


"Era un cuarto pequeño en la calle San Martín al 2000. El lugar estaba en penumbras y todas las diferencias quedaban sepultadas  por la luz amarilla que sólo alcanzaba para dibujar las siluetas. Olor a flores, llantos.


Casi sin poder respirar se movian a paso corto hacia el cajón. El tiempo era enorme. El tiempo que no tiene que ver con días ni con años. Es el tiempo interminable de cada catástrofe.


Dos o tres inician el rezo. Ese rezo que purifica al alma para siempre. A pesar de los mismos rasgos, y no es la misma. Parece notarse que el alma se ha desprendido del cuerpo. Su rostro aunque vacío de todo, refleja paz.


Su ceño rígido. Su pelo como nunca, despeinado. Sus pómulos fríos , consumados, Una encima de otra, descansan sus manos como en una plegaria. Sus labios mudos, queriendo decir alguna cosa. Su cuello, sus pies, todo, todo su cuerpo, en armonía. 


Se despidieron besándole le frente, tocándole los ojos y ella se despidió e silencio.

El cajón se cerró. Se multiplicaron los llantos. Depositaron el cajón en el coche y se perdieron como una mancha negra.
De ella ahora sólo hay una cruz y una plaqueta:

CARMEN ALVAREZ, tu esposo e hijos




12




Carmen murió el 6 de julio de 1978.


" Se me paró algo adentro me dijo Rafael - describiendo aquel momento- cuando le pregunté por el fallecimiento de su esposa" y tuvimos que hacer una pausa, tomar agua y esperar a que se recomponga para que pudiera seguir contándome".


"No había asimilado un golpe cuando vino otro mucho peor. Enterré algo que era todo. Sufrí todos los procesos. No la quería dejar, no la quería enterrar. Me volví loco. Tenía todo el día esa imagen en la mente, cada cosa que hacía me recordaba a ella, la buscaba y la encontraba en los ojos y las caras de otra gente, pero el dolor me paralizaba al darme cuenta de cada encuentro fallido con ella.


A veces me sentaba en el cordón de la vereda, en cualquier parte, como un tipo sin ley, como un tipo de la calle, con rabia, sin saber contra quién. Los recorridos de todos los días terminaban desilusionados y horribles, pues en algún momento la realidad se apropiaba de mí y en ese mismo instante la felicidad se tomaba un avión a cualquier parte. Pero tenía que hacerme cargo que era un hombre, que era padre. Y esos momentos intentaba reponerme, darme otro discurso, rearmarme de algún modo.


Cuando estaba bien, me daba miedo olvidarla tan pronto y volvía a empeorar. Inmediatamente me daba cuenta que estaba lejos de olvidar pero que era necesario tener algún momento sin ella porque para vivir hay que seguir viviendo. Que no era descuido, ni desamor, sino que era una imposición para poder seguir en pie por los chicos y por mi propia salud mental".



Marta, su madre, estaba bien. Se organizó lo mejor posible para sobrellevar ese dolor y ayudarlo. Era habilidosa, práctica y apechugaría los problemas. Podría criar los dos nietos. Doblaría las porciones de dulce de tomates, de fresas, de queso y dulce y de flan casero. Disminuiría sus horas de sueño. Haría una vida nueva.


Las muertes de la gente joven en los pueblos son muy shockeantes. El duelo es comunitario y todos lo sufren un poco. El duelo se sienta a la mesa de casi todos porque casi todos han compartido con esa persona alguna parte de la historia.

Cada mañana la muerte es una noticia compartida a la que cuesta acostumbrarse. Un poquito de cada muerte se queda en todas las casas, pues todos son conocidos. Han sido vecinos, compañeros de colegio, de trabajo o de guitarra, clientes de su oficina o de la farmacia... en fin... casi no hay manera de no tocarse.

Eso ayuda porque todos están en alerta para dar una mano... también ayuda al comentario, a la opinión. La expectativa de cómo iba a arreglarse un viudo con dos niños, era un síntoma generalizado....


A Rafa lo que lo hizo poner en pie fue el trabajo. Se puso a trabajar más que nunca. Se iba bien temprano y volvía a las nueve de la noche. Cenaba con los niños, les miraba los cuadernos, y los acostaba antes de las once. No era mucho lo que compartía con los chicos, pero esa rutina lo ordenada, le permitía sentirse más seguro y confiaba en que los niños estaban bien.


A media noche, siempre había un rato de sillón y cigarrillo. El pensamiento recostado se acomodaba en el viejo sillón verde de pana gastada. Desde allí su padre parecía transferirse algo de sabiduría para poder sobrevivir. Le daba una pista cuando parecía que las cosas no tenían salida.


"Desde arriba tal vez las cosas se deben ver más claras, más manejables, pero muchas veces no me alcanzaba para aplacar el insomnio. Dormir se había convertido en una parodia. Tener los cinco sentidos despabilados toda la noche no era fácil. Por las noches la soledad desespera...






13




Una casa sin mamá es una casa sin techo. Todos sienten la intemperie. También por eso creo todos tratan de hacer las cosas más fáciles.


-Tomi, no hagas renegar a la abuela que está vieja ya -sugería Juan a su hermano menor con tono adulto-.

-Yo no hice nada - se defendió Tomás, acostumbrado a hacerse humo a la hora en que se hará justicia.
-Vos nunca hacés nada -dijo Juan- decime entonces quién es entonces el que se manda las macanas.
-No tengo idea - retrucó el más chico- Yo hago todo lo que me dice papá: me limpio las zapatillas para entrar, me peino a la mañana,  hago los deberes, no arranco martingalas ni mato sapos con sal en la vereda.

-Si es así debo estar confundido - afirmó Juan soltando la risa frente a tantos argumentos- vamos a jugar.


Y los dos juntos era compinches, compañeros, amigos. A Juan se le daba muy bien cuidar a Tomás y a Tomás sentirse cuidado por Juan.


Había que suplantar el amor de madre en alguna parte. O en varias. Y estar unidos parecía la forma más resistente de soportar la ausencia.

Juan pasaba a buscar a Tomás por la salita roja y lo llevaba de la mano hasta la salida. Más de una vez Tomás entraba llorando al aula de Juan en su auxilio. Eran tremendamente especiales y sensibles. Como no se puede ser de otra forma en estos casos.

Una mañana Juan tuvo que imponerse por su hermano y amenazar con golpes a los más grandes que lo burlaban y le decían "Marica" porque su abuela le estaba enseñando a tejer.

Y recién Juan se liberaba cuando estaba seguro que su hermano había quedado tranquilo.
Así vivían, y creo que a su modo, con sus carencias, eran tremendamente felices. Por lo menos, eso contagiaban. Eran suaves, educados, angelicales.

Las Gouland les daban todo lo imaginable, y mucho más.


Pero las noches con papá no siempre eran fáciles, porque Rafael, sobre todo, no lo lograba afrontar. De todos modos apechugaba y les contaba historias y cosquillas y rezos y todo esa rutina pero a veces la tristeza era tan honda que con nada la podía tapar.


Cuando Juan y Tomás se dormían sentía algún alivio y los besaba y les pasaba la mano por el pelo, agradecido siempre de tenerlos. Pero dormían ellos y despertaba su insomnio. Motivos para salir adelante estaba comprobado que tenía, pero cuando cerraba la puerta y se quedaba sólo sentía el dolor nuevamente tocándole la espalda como cada día, quedándose a pasar la noche con él.


La soledad no lo dejaba solo. Estaba acechándolo siempre, en la cordura y en la locura. Estaba más viudo que nunca pero algo necesariamente cambiaría.





14




Después de una cosa así, sus 39 años lo sorprendieron. Ya habían pasado dos desde aquel día fatal. De repente, seguía en camino, bien o mal. Hacía de padre y madre, estaba más con los chicos, los disfrutaba.


La relación con las mujeres fue un capítulo aparte. Fue doblemente difícil. Necesitaba una pero no quería una por necesidad. Otra como Carmen seguramente no encontraría. Todavía estaba primero el recuerdo.


Embotellado en el sillón verde, en la misma ventana del mismo naranjo, siguió creyendo que en instinto de supervivencia. Se salvó. Decidió de nuevo, cuidar su mente. Le acortó las riendas. Le encontró algo positivo a perder: significaba que había tenido.


"Nadie puede quitarme esas mañanas de sol y ella desperezándose en mis brazos, nadie puede quitarme el testimonio del verdadero amor que son nuestros hijos, nadie va a borrarla porque fue y será mía. Pero podría tenerla para siempre? las cosas maravillosas a veces tienen que irse necesariamente para que podamos darle el valor que tenían".


Rafa ya no era aquel joven conservador, que planificaba todo. Ahora se permitía por momentos la incoherencia, el desconcierto, la duda. La estabilidad emocional ya no le salía bien pero estaba aprendiendo a vivir con eso. Y mientras tanto a buscar el equilibrio, ese que en otras épocas tanto lo había ayudado. El único estado en el que se puede expandir, producir, ser, tomar distancia de los miedos y la frivolidad, pararse desnudo ante el espejo y poder reconocerse, saber quién es.


Pareciéndose cada vez más a sí mismo intentaría tener una vida mejor. Una vida.






15





Cayó la tarde. El silencio ganó el pueblo. Todos se fueron guardando para esperar la noche y sólo quedaron algunas bicicletas y unos pocos perros.

Rafa llegó apurado del trabajo, entré el auto y pasó por el almacén que a media luz, estaba como siempre disponible a los clientes.

Eligió un buen vino, un salamín y los caramelos de siempre.

Los dos primeros eran para él, hasta esperar la cena. La comida de Marta era suculenta siempre pero no había problema, la digestión en los pueblos puede tomarse su tiempo.

Encuentra cierta paz al encontrarse con la rutina de las nueve. Ya nada le parece tan terrible, están su querida madre, sonriente como siempre y sus dos bellezas: no hay nada de triste en todo eso si no quieres verlo.

Se sintió tranquilo, pleno, con la certeza de que Dios, lo estaba devolviendo a su centro. De que podría y de que si lograba estar bien, todos podían superar este atropello.

Por primera vez en años, se metió en la cocina, puso el mantel, el cesto de pan, el vino , el salamín y el resto de la mesa. Se lavó las manos y se sentó a la mesa, como cualquier pueblerino, a ver el noticiero.

Devoró los bifes criollos, el pan y el postre casero. Su madre rejuveneció un poco. Sus hijos lo percibieron.

Cuando todos dormían, prendió la luz del living y con un libro en la mano hizo sillón. Volvía a leer. Y en medio del recuerdo, se obligó al olvido. Empezó su libro y leyó y la lectura le dio sueño y durmió.




Escribió al levantarse : "Si ves una mujer a mi lado, no pienses que pude olvidarte. Mi desmemoria es sólo para las tonterías. No tengas miedo. Estás. ¿Me hieres? no te preocupes por eso, estoy bien, mejor, y tu ausencia ya no me hiere, me acompaña. Todos tus momentos me acompañan, te siento cerca y lejos TE EXTRAÑO!"


Por fin se hacía cargo completamente de los chicos. Los sábados a la mañana era día de fútbol y compras. Pasaban el día entero afuera con su padre y almorzaban tostados y gaseosas en el bar para poder charlar a solas.


Eso también lo agobió un poco, se notó viejo y abandonado. Necesitó retomarse. Equilibrar pero parece que todavía el equilibrio costaba encontrarlo.


Decidió salir algunas noches. Siempre asegurándose que estuvieran dormidos, pero salir por fin. Volver a Pocho, al grupo de amigos, poder hablar...

Pero la noche es noche, no hay vuelta y la noche te deja en bolas en todo sentido. Más gastos, más cigarrillo,  alcohol, minas...

Se reían, jugaban Pocker, habían comentarios sexuales que son los más fáciles. Se deleitaban con un par de piernas o dos tetas grandes.

Pocho estaba recién separado. Ese dolor tampoco es mejor. Se sentía pésimo por sus hijos y también por él.
Rafa le preguntó por su ex mujer y lo único que atinó a decir Pocho fue - Escándalo, lo único que quiere es escándalo - No puedo soportar que no le importemos nada.

A los dos les cuesta ser padres los domingos. Ese es un día difícil para una familia incompleta. Hay que duplicarse, estar enérgico, positivo, cosas contradictorias con un día domingo.

Los niños dicen cosas o hablan de su madre con una naturalidad abrumadora que lo hacen llorar, a uno y a otro. Si bien no hay maneras de medir los dos y no hace falta compararlos, ambos están sufriendo y viviendo situaciones parecidas y eso los hermana más.

Los silencios son sus mejores amigos. No hace falta explicar nada, pero ya saben que hay que escapar de ahí. Que hay que ir al repetido fútbol o las mujeres ( pero no las suyas ).

Al final, las salidas son para salir de la rutina y finalmente son lo más rutinarias que hay.

A las doce se dieron el alta. Ninguno de los dos tenía sueño ni podía dormir así que siguieron. Llegaron al Timón. Saludaron a Dana con un beso y se sentaron a esperar.


Dana era una morocha de pelo corto, rulos grandes y buenos sentimientos, buena gente. Ya habían tenido muchas horas de charla y habían podido llegar a hermosos lugares, recorrer gustos parecidos, pequeños placeres compartidos y también un pasado de mierda, o por lo menos complicado, que ayudaba a la maduración, a una manera más adulta sencilla de encarar lo que queda de vida.


La pollera siempre sobre la rodilla y los tacos infinitos. Tenía los ojos delineados y las pestañas resaltadas en abundante negro. Ni bien entró le preguntó por los chicos y eso lo puso bien. Ella tomaba al mismo ritmo que servía así que su destino no era muy distinto que el de sus clientes.


El alcohol como se sabe te ablanda, te saca las corazas y sos el que sos. Después de las tres  Dana era puramente Dana.

-Andan con ganas? - les preguntó a los dos - que se miraron confusos y la borrachera les hizo responder con monosílabos. No me miren con esa cara, que no es pecado. Te libera, te saca toda la porquería de adentro, libera el cuerpo y la mente.

Esa definición les dio ganas inmediatas a los dos de tener sexo, pero Dana era tan bella y a la vez tan frágil que prefirieron cuidarla.


Entonces la trasnoche los iguala, todos están solos, pasando el tiempo a la espera de la felicidad. Ella nunca tiene apuro para que se vayan y ellos para irse. La luz de la mañana más de una vez los encuentra en la barra y salen apurados para que nada de eso se note en casa. El desahogo del borracho no sirve porque sin alcochol vuelve a ser hermético y cerrado.


Se juran que no van a volver a salir y a la tardecita siguiente ya están programando.

La noche se había vuelto una adicción donde todos se habían bien y mal. Histeriqueaban sin querer y a propósito. Rafa no sabía bien por qué pero necesitaba hacerlo, Dana lo movilizaba.



16




Era la tardecita, Juan y Tomás volvían con Rosita en el auto de dar un paseo. Siempre los dos con sus narices pecosas pegadas al vidrio, uno para cada lado mirando las estrellas: el que veía la primera gritaba  " Allá está Mamá!!!"

Las tías viejas, las Gouland cuando les hablan de su madre se la representan en una estrella y para ellos esa es su dirección.
Los días de semana, Susan y las chicas retiraban a Juan y a Tomás del cole y se los llevaban a merendar. Cuando Rafa terminaba su horario de trabajo, salía por la puerta de atrás y los buscaba dierecto por el living.
Nunca querían irse. Lola tenía que inventar siempre una historia para lograr el despegue y que se fueran con su padre.

El martes siguiente, un martes de invierno, 16 de junio exactamente, lo recuerdo porque al día siguiente cumplía Tomás, los chicos habían dormido en lo de la abuela materna que con un gran temple también hacía de tripas corazón y estaba presente y lejos de entristecerlos, se fortalecía.


Rafa volvió por la mañana porque estaba la Farmacia de Turno. Cuando llegó Marta ya se estaba cambiando.

-Donde vas Ma tan temprano - preguntó Rafa- esperame que me afeito y te llevo.
-Gracias hijo, prefiero ir caminando-, le hice pastelitos a Tomás por su cumpleaños y quiero llevárselos caminando para llegar antes de que se despierte - aseguró-.
-Mamá la temperatura está debajo de cero - dame un minuto-.

-Ya me abrigué demasiado -dijo por lo bajo mientras salía Marta - Si demoro Tomás ya va a estar despierto y no tendrá gracia alguna.


Para cuando Rafa reaccionó , Marta ya había girado el picaporte y se había escabullido, con la canasta en la mano, la cartera y una manta en la otra.


-Hacé lo que quieras- le gritó sacando la cabeza por la ventana de calle para que lo oyera-.


Rafa se refregó las manos frías sobre la estufa, se duchó, tomó mate y volvió alrededor de las diez a la farmacia.

Preparó dos o tres recetas y siguió con los talonarios de la obra social.

En eso, teléfono, su suegra. Qué quería su suegra a esa hora de la mañana?

Después de mil vueltas lo que intentabaa avisarle era que su madre se había caído en la calle.

-Otra más- dijo pegándole un puñetazo a la mesada.- Le dije.

Sintió tamta bronca que avisó al hospital que se ocuparan pero que él no podía llegar antes de una hora.


Doña Marta tenía problemas de circulación  y con la helada de ese día, empeoró.

Llamó al médico. Otro diagnóstico poco alentadaor. El diagnóstico era grave. Esa palabra: grave ya la había oído.

-La terquedad de esta mujer necesita un cuidado especial le dijo el médico que hoy vos no podés darle. Tampoco es bueno dejarle los niños a cargo.

-Y eso qué quiere decir - preguntó Rafa -
-Que haré todos los papeles para internarla en un geriátrico. Y nada de sensiblerías. Ahí va a estar perfectamente.

-Los primeros días de la internación fueron difíciles. Otro obstáculo. En parte se lo reprochó. La internó en 1980.

Después de un año ingresada estuvo mucho mejor. Podía caminar por los pasillos, comer de todo y salir al patio central a tomar sol. Mejoraba día a día su motricidad y hacía ejercicios en las piernas y en las manos.

Los domingos la buscaban para pasar el día y la regresaban a la tardecita. Era un momento de gran felicidad. Ahí podían contarle todo lo pasado en la semana, los dibujos, el boletín, los zapatos nuevos. A Marta le costaba entender pero tenía una sonrisa constante cuando estaba con ellos.


Mientras estuviesen los chicos, en cualquier lugar de la Tierra, la tristeza se tomaría una pausa y esperaría en la puerta.





17





Irónicamente de las tres o cuatro mujeres que rondaron a Rafa este tiempo, eligió otra Carmen. Literalmente otra Carmen. Se llamaban igual. Era el único parecido que tenían, pero de algún modo por el momento para Rafa pareció suficiente.


Rafa quería reconstruir, volver a tener una familia. El noviazgo fue bueno, intenso. Ella le tuvo paciencia y llevó muy bien la viudez de Rafa a cuestas.


En pocos meses se lanzaron. Estaban los dos apurados por concretar algún proyecto. Saber que sin reemplazar a Carmen, alguien ocupara su lugar , era el anticipo de una paz muy esperada.


Se casaron en la misma Iglesia ( la única ) y fueron a vivir a la misma casa, por el apego de los niños y por el apego encubierto de Rafa.


El le prometió que pronto se mudarían y con eso la sedujo mientras tanto ella trataba de adaptarse en la casa de su suegra sin suegra, que de todos modos era totalmente ajena a ella.


-A qué le llamás pronto Rafael - preguntó su esposa cuando todavía no había siquiera desempacado-.

-En cuanto podamos, como te dije, -contestó Rafa sin poder dimensionar lo equivocado de la idea de volver a esa casa-.

Ella nunca antes le había objetado el tema, porque desconocía también lo que es competir con una ex fallecida, entre todas sus cosas, incluída su cama.


No había día que no le insistiese con el mismo tema, pero al mismo tiempo no notaba absolutamente ningún cambio, ninguna señal de que otra casa en marcha se estaba gestando. La obra iba lenta y Rafael no lo estaba contemplando.


Era de suponer Rafael, que tu apuro no era tanto - lo apremió- Hay cosas que son obvias. ¿Sabés lo que es o-b-v-vi-o? lo amenazó.


- Nada es obvio cuando hay que romperse el traste  para conseguir las cosas e ir progresando - señaló Rafael sereno pero con tono fuerte-.


Definitivamente esta era Carmen pero no era Carmen. Darse cuenta tan rápido a Rafa lo desesperó. Se culpó por apurarse, por tirarse de cabeza sin pensar en los chicos, por no cuidarse.


Traté de no compararlas pero sí. Era imposible. Y ella lo sabía. Eso la hacía estallar y su estallar me remontaba más a la paz de mi Carmen. De aquella Carmen. La que me hizo feliz.


"¿Cómo salir de ese círculo vicioso? Cómo volver a empezar... Con ella lejos los problemas de encontrar un filtro se magnificaban. Me trasladaba todos los problemas de los chicos y los acusaba.

Comenzó a salir sola para huir de la casa.
-Hay pizza en el horno Rafa -gritaba- y ya me ocupe de dejar los chicos con mamá para que no tengas que cuidarlos si no tenés ganas.

Rafa se había ido quedando sin palabras. ¿Por qué no contestás?¿Te molesta que salga?

- No me molesta. Simplemente me imaginé que cenaríamos con los chicos y no los veré hasta mañana.
-Los dejé con mi madre por mejor, seguro que si los dejaba, tampoco te agradaba -retrucó-.
-Andate- le ordenó Rafa y dandole la espalda cerró la puerta de calle.

Son innumerables las técnicas usadas para evitar escándalos y reproches pero de todos modos, nada alcanzaba. Estaba cada vez más en el trabajo, día y noche... cada vez más parecido a su padre.

Pero al mismo tiempo en esa casa de locos quedaban los niños que no merecían absolutamente el mínimo destrato.

Tan complicado puede ser el amor... Un contrasentido.  A veces, por amor se deja, a veces se retiene al amor sin amor, a las palabras de amor se las lleva el viento y del verdadero amor nada queda. A veces ni las demostraciones alcanzan. Lo cierto es que ahora son solo instantes. De aquello que fue no queda nada.


"Te tengo y me faltas. Esa contradicción la llevo permanentemente, excepto cuando estoy muy distraído de la vida"


Está reacio, pesimista, frío. Se ha enamorado de la mujer equivocada. Equivocadamente se han enamorado de él ¿Se ha enamorado?


Se le llenaron los huesos de su nombre. La necesitaba. No sabe si la ama cada vez más porque la ama o porque ya es imposible amarla.

Está parado en un nuevo precipicio. Allá en lo alto y así y todo, su nueva mujer muchas veces alcanza a escupirlo y lo degrada.

Hay que postergar todo. No más planteos, no más reflexiones. Es momento de parar esta locura, Carmen está embarazada. Lo ilusiona la idea de una nena. Finalmente lo es. Carmen tuvo un embarazo difícil para todos. Aprovechó todos los antojos y caprichos  se excusó en el embarazo para sacar su diablo.


Aunque ambos tenían toda la expectativa en esa nueva panza, no lograban la unión, no podían encontrarse.


Por esos meses, forzadamente las cosas se apaciguaron. Llegó el día tan esperado. Se confirmó una mujercita que llamarían Paula. Y con ella nació la esperanza de que tal vez la maternidad pudiese ponerle freno a Carmen.


Pero no hizo falta tiempo. Con la llegada de Paula, cada nueva decisión fue un nuevo desacuerdo. Desde el médico que la atendería, hasta el color de los escarpines.


La casa se volvió un infierno. De hogar no quedó nada. Y Carmen peligrosamente fue socavando más. Tomás y Juan apichonados sin saber muy bien que hacer ni dónde ubicarse para evitar choques o ser motivos de pelea.


"Cuando uno ya viene de un matrimonio tiene bastante claro por lo menos lo que no quiere, y si bien yo hacía un esfuerzo enorme por no comparar, no podía desconocer que hay otras formas, que existe el acuerdo aún con diferencias y que es posible la felicidad de a dos".


Carmen siempre terminaba alterada, le gritaba a Marta los pocos domingos que podía venir a comer a la casa. Entendiblemente había cambiado toda la decoración de toda la casa, pero había generado un dolor muy grande en todo el resto. Tuvo que suplicarle Rafa que por favor mantuvieran el sillón verde de pana.


Carmen había encontrado como forma de no chocar, evitarlos, de modo que salía sola cada vez más. A veces, con Paula. Con Rafa los temas se fueron reduciendo poco a poco a la economía. Carmen marcaba diferencias entre los más grandes y Paula. De Juan y Tomás se encargaban cada vez más las tías Gouland que con asombro observaban toda la situación y como siempre estaban en guardia.


Se mudaron a una casa nueva. Lejos de mejorar la cosa empeoró. La mala relación no colaboró en lograr un vínculo fuerte entre Rafael y Paula porque el puente entre ambos estaba roto.


Para distender Teter invitó a los niños para ir de viaje. Esa misma tarde Juan fue a enfrentar a su padre para decirle que se iban . Rafa pensó que era una extorsión de Juan y se rió pero era cierto.

Las Gouland los llevarían de vacaciones de invierno y de la casa. Esos dos ángeles no podían merecerse el desprecio, el rencor y los desequilibrios de una madrastra mala y caprichosa.

A Rafa le costó soltarlos, se puso triste porque en estas circunstancias, y en todas, ellos eran su cable a tierra, la continuación de sus ganas, su apéndice. Eran todo. Lo único, pero era entendible. Por eso pese a las objeciones de su mujer, se puso firme y los dejó ir. Sabía que lo necesitan. Todo se había vuelto tóxico  y el cambio de aire les haría bien. Tal vez él también lo necesitaba.


Prepararon el equipaje. Pasaron por el Hogar de Ancianos a despedir a la abuela, que estaba peor, con poca movilidad pero en sus pocos momentos de lucidez, verlos  la rejuvenecía. Los dos corrieron a tirarse encima como cada vez y le besaron dulcemente los cachetes y las manos. A quienes los conocieron no tengo que explicarles nada. Saben realmente que Juan y Tomás eran dos soles propios de otro planeta.


La abuela estiró su sonrisa y la miró a Teter con agradecimiento. Ambas sin decir nada, lo sabían todo.


-Nos vamos unos días Marta - dijo Teter desde la puerta - mientras sus hermanas terminaban de arreglar detalles con la madre Superiora sobre los gastos de la internación y algunas posibles mejoras además de que tomara nota que no estarían durante la próxima semana.


Doña Marta los miró con melancolía y se le cayeron dos enormes lágrimas, les apretó las manitos muy fuerte y los despidió. De espaldas se fue ese torbellino de alegría. Los cinco juntos eran pura felicidad, derrochaban energía.


-Dios los bendiga - dijo la abuela lo más fuerte que pudo, lo suficiente para que todos se dieran vuelta y le tiraran el último beso-. Con las manitos en alto la saludaron los dos hasta perderse en el pasillo.


Y bajo las sábanas, Juan le había dejado una bolsa grande de caramelos surtidos y Tomás dos margaritas blancas sobre la mesa de luz.


Después pasaron también por lo de su otra abuela materna y también por lo de Rosita. Era una gran ronda de despedidas, a causa de que eran tan mimados por todos que la partida era un evento muy movilizante.


Rafa los pasó a buscar por allí pero no pudo irse apurado como pensaba. No pudo resistirse a la invitación y cenaron allí los tres. Después de la última discusión, Carmen había cargado las pertenencias de Paula y algunas suyas y se había instalado en lo de sus padres. Casi formalmente era una separación. Nadie lo hizo público pero todos de a poco lo supieron.


 Juan se prendió a las aceitunas y al queso, Tomi al maní y luego todos cenaron en familia.

Al irse Juan saltó de la silla y le dijo : - Rosi hacé buñuelos porque cuando vuelva voy a invitar a tomar la leche a un compañero de la escuela que tiene todos rulitos- .

Rosi se rió y entre abrazos y cosquillas los despidió con una sensación dulce y amarga.


Tomás para no ser menos le prometió que si le alcanzaba la plata le traería una lechuza de la suerte para poner en el aparador del living. Se estiró el chiquitin en puntas de pie pero igual la obligó a agacharse bastante  para escucharlo. Y cuando la tuvo bien cerca le rodeó el cuello con las manos y pegado al oído le dijo: -Te vamos a extrañar mucho Rosi - y con un beso ruidoso la despidió.


Rosita les acarició el pelo rubio a ambos y sin poder evitarlo, también lloró.






18





Fue un día infantil. Metegol. Juegos electrónicos. Flippers, videogames. Ruidos electrónicos  que no permitían ni convesar.

Menú: hamburguesas para todos, gaseosas, helado.
-Ahora al zoo dijo Juan -convencido de seguir el plan-. Los ojos de Teter se desorbitaron y decidió sentarse meterme el pliego de la pollera entre las piernas y se abanicó con un servilletero en señal de rendición -.

-El zoológico ya está cerrado niños, es suficiente por hoy - explicó - pero el retruco llegó por otro lado cuando Tomás y Juan le aseguraron que en vacaciones había horario extendido.

Ya seguras de haber perdido la batalla, las tres rieron al unísono y se dispusieron a continuar el plan.

Faltaban 45 minutos para el cierre cuando llegaron. Las tías compraron la comida para elefantes y allí pasaron gran parte del tiempo con las manos entre las rejas tirando cacahuetes.

Después avanzaron rápido de modo de poder conocerlo todo. Sin aliento los seguían las tres al trote ya casi sin aire, con las bebidas, las  bolsas de regalos para Rosita, las abuelas, Paula, la maestra, y obvio, para Rafa.

Cuando ya las piernas estuvieron al límite Lola tuvo una brillante idea - Es hora de llamar a papá niños- y con eso no tuvo que repetirse. Juan acarició un Huemul que tenía a su alcance y dándole la mano  a Tomás  todos emprendieron el regreso. Ellas agradecidas.


En el locutorio los dos pelearon por hablar primero. Hicieron un sorteo y ganó Juan. Tomás se quedó pegado al tubo acotando bocadillos de modo  que también, hablaron juntos.

-Hola papá- gritó Juan feliz por haber encontrado del otro lado a su padre-
-Cómo están mis campeones?¿Se están portando bien? se oyó del otro lado.
-Si pá, podés preguntarle a las tías. Re bien. Hoy fuimos a todísimos lados. No sabés que lindo es Buenos Aires... es genial...  tendrías que venir.
A esa altura ya habían puesto el manos libres porque Tomás no aguantaba esperar.
-Hola papi, te extraño dijo Tomi con su voy finita y pegado al tubo para que nadie pudiera escuchar.
-Yo más- le respondió Rafael - los extraño muchísimo, no veo la hora de que estén acá para jugar un rato a la pelota y me puedan contar.
-Ahora ya te podemos contar - dijo Juan metiéndose en la conversación y detallando una por una las actividades del día.
-Seguro que estás bien, -insistió Juan sin preguntar por Carmen ni por su hermana-.
-Claro que estoy bien, tengo mucho trabajo y además estoy feliz de que se estén divirtiendo tanto. Ya iremos juntos la próxima vez.

Se despidieron al unísono y le prometieron un regalo. Antes de cortar Rafa pidió que le pasen con Teter.

-Hola Teter- cómo va todo - quiso saber Rafa -
-Como lo escucharse. Todo es cierto - respondió- No pueden ser más maravillosos, jamás he visto niños iguales.
-De acuerdo, me alegro mucho, a la vuelta charlamos.

Tomás y Juan se chocaron en el teléfono para mandarle el último beso antes de cortar.

-Mil millones de besos de nosotros dos -  dijo Tomás - y no llores que pronto llegamos.
-jaja rio Rafael- los extraño y los amo - luego cortó.

- Los hombres grandes no extrañan Tomás - le dijo Juan a su hermano.

A esa altura todo el locutorio estaba lleno de gente escuchando ese espectáculo en el locutorio y habían enamorado a todo el público, sin excepción.

Un señor bastante mayor se acercó a ellos, se agachó y sacó de su bolsillo dos estampitas.

-Una para cada uno, que Dios los bendiga siempre - dijo -
Entonces Tomás en un acto reflejo le preguntó - vos sos Jesús? -.

El hombre volvió a mirarlos azorado y le dijo: - no sé si soy yo o eres tú- sólo sé que ambos son una bendición.

- La felicito - pronunció antes de irse - mirando a los ojos a la Tía Teter.


No hubo un solo lugar en que pasaran desapercibidos. Tenían el don de agradar, de entrar y quedarse un poco en todos los corazones por sus ocurrencias, por sus modos, por algo especial, indescriptible. La gente se quedaba oyéndolos.


Hace meses vino a la farmacia el Gerente de ventas de un laboratorio muy conocido  y estaba ofreciéndole a Rafael un nuevo producto que tenía acciones positivas rápidas para el Cancer de huesos.

Tomás que estaba haciendo los deberes en una banqueta, los escuchó y se acercó. Se agarró de los pantalones de Rafa y se quedó mirando al señor que aun trataba de convencer a Rafa.


En un momento vio que del bolsillo de su camisa blanca se transparentaba un paquete de cigarrillos entonces enseguida opinó:

- Señor yo creo que usted es el que podría morir de Cancer - dijo mirándole exactamente el lugar donde había encontrado la prueba del delito-
El señor se agarró el pecho con la mano y sacando el atado no supo qué decir.
-Es cierto pequeño, es malo fumar, vos no tenés que hacerlo nunca -afirmó-.
-Y entonces usted por qué lo hace? Retrucó Tomás - siempre en tono cordial-.
-Porque a veces uno hace cosas malas- respondió ya con pocos argumentos-
-Entonces usted también podría ser un ladrón! Fueron las últimas palabras de Tomás - siempre hay que hacer el bien! Se le alcanzó a escuchar aunque Rafa ya lo había sacado de un brazo.

Esa espontaneidad, esas lecciones de vida cuasi cómicas, mezcla de madurez e inocencia los hacían únicos. Y esas vacaciones resultaron únicas.


Las Gouland estaban deslumbradas con ellos. Si es cierto  que hay parentescos biológicos y parentescos del corazón, cardiológicamente hablando, ellas eran tres tías verdaderas.



Y Cantaron como siempre antes de dormir



Aunque soy un niño

Quiero tener grande el corazón para ayudar
Para querer a todos los hijos de Dios
Señor
Perdona mis errores
Y Cuídame mucho
Amén


19



Había pasado la semana. Rafa estaba al tanto de todo lo hecho, lo comprado, lo conocido. Faltaban las sorpresas. La ansiedad de tantos días por primera vez fuera de casa. Su situación afectiva que empeoraba...


Según había dicho Lola, viernes al mediodía llegaban.


Fueron las tres, las cuatro, las cinco. La demora sin aviso lo intranquilizó. Se distrajo de nuevo con el trabajo, pero alrededor de las seis ya no le preocupó ser un pesado y comenzó a llamar.


Ellas no contestaban. Nadie de su entorno sabia nada. No habían llamado a la farmacia, se imaginó que algo no andaba bien. Empezó a sospecharlo con más fuerza, el miedo lo desestabilizó. A veces las noticias se huelen.



No supo qué hacer. Todos decían no saber nada, mucho no les creyó. Se apaciguó un rato suponiendo que nada más podía pasar.


Nelli Torres apareció en la farmacia, lo asustó, pero tampoco ... Ella le sugirió que se  hiciera una escapada hasta lo del Negro Lopez que tal vez supiera algo más.


La despidió y subió al coche para ir hasta la YPF de la ruta. Llegó excitado, con el desconcierto de encontrarse con algo desagradable.


Un cliente que lo escuchó le confirmó haber visto un accidente y todo fue peor.


Se le aceleró el corazón y el color se le fue completamente de la cara. Por más que insistió no tuvo más información.


- eso es todo lo que sé - fueron las últimas palabras que pronunció el señor antes de irse.


Por más que lo siguió no obtuvo más certezas. Desesperado volvió a la farmacia. A llamar a todos los números sin suerte.
Ya en un trabajo policial llamó a la estación de General Belgrano que está sobre la ruta 29. El teléfono se entrecortaba y nadie le prestaba atención. Tuvo que gritar para que supieran lo que buscaba. Tampoco. Colgó. Volvió a llamar. Después de media hora, al cortar entró una llamada de la que sólo recuerda que le preguntaron su nombre y a continuación y seguidamente le dijeron: - Señor su hijo Juan tuvo un accidente, está grave y va rumbo a la ciudad de La Plata. Tomás está en estado de Shock".

- Qué tiene Juan ? - preguntó sin imaginarse la magnitud de lo ocurrido-.

-Tiene un golpe muy fuerte en la cabeza - y sin creerlo se mantuvo lo más lejos de la realidad que pudo.

-No se preocupe señor y viaje tranquilo que hay gente esperando a su hijo - lo tranquilizó- pero cortó antes de contestarle en qué estado estaba...


Rafa buscó los documentos desesperado y pasó a buscar a Pocho. Sin avisarle lo subió al auto y sin preguntar nada subió sin vacilar su amigo Pocho.


No hacia falta hablar entre ellos. Las caras ya lo decían todo. Aceleró lo más que pudo y cuando salió de la zona urbana pisó a fondo el pedal y se puso los anteojos.


- Por favor Pocho llamá de nuevo a este número que me falta saber algo importante....


- Pocho marcó y de parte de Rafa y con el poco aire que le quedaba preguntó:


- Oficial... Puede decirme el estado de las hermanas Gouland ?


-Murieron - contestó sin agregar palabra al silencio helado que produjo decir eso.


- Pocho se apoyó el teléfono en el regazo atónito, sin poder creer lo que pasaba y sin saber cómo decírselo


- Pará el auto Rafa... Necesito el pasto... Y con maniobra brusca paró y se bajó pegado a Pocho. Lo miró a los ojos y le dijo: - no puedo creerlo-. Se abrazaron bien fuerte y en medio del pastizal helado putearon al cielo, se abrazaron, lloraron, y Pocho le robó el volante porque manejar en ese estado podía ser otro siniestro.


Se sentó del lado del acompañante y con la cabeza sostenida entre las manos lloró. Era posible todo lo que pasaba?


Tres horas de viaje en el tiempo eterno de una urgencia, en la parálisis que le había producido la noticia y la búsqueda desesperada de coraje para enfrentarse a un cuadro así cuando llegara.


Se tomó un Alplax. Luego supo que en el viaje había cruzado a las Gouland que ya volvían al pueblo para ser veladas, mientras él velaba por la vida de sus hijos.


Llegó cerca de las seis. Dejó el auto mal estacionado frente a la clínica y se fue a verlos. Llegó corriendo y al entrar encontró conocidos del Club de Leones que ya lo estaban esperando.


El intendente de Su pueblo había llamado a los Ministerios de Seguridad y de Salud para que no les faltase nada!


Tuvo cinco minutos para ver a Juan en la Terapia. Salió peor. Se estiró el pelo hacia atrás con las dos manos y después dio un puñetazo en la pared, con una fuerza que le hizo doler todo el antebrazo



No quiso hablar con nadie. Solamente les agradeció.


Tomás estaba en observación y ahora descansaba.


Bajó a tomar café. Café y aspirinas. Pocho si se animó a la mesa, le palmeó la espalda y dejó que el silencio se apropiara de la situación.


- Me estoy volviendo loco amigo, me estoy volviendo loco -repitió con voz quebrada y ambos lloraron otra vez-.


- Tranquilo hermano. Dios te va a ayudar, ya vas a ver...


- No sé, no puede ser... No sé...


A Rafa la terapia intensiva lo desmoronó más. Le hacia acordar a Carmen y le decía que Juan estaba al borde...


Otra vez él, siempre él. La fatalidad no encontraba otro blanco.

No quería ser soberbio. No quería cuestionar por qué a él, pero era demasiado para un hombre para un mismo hombre. Toda la vida en terapia.

Las Gouland, su mano derecha, su fuente de afecto y se trabajo también estaban muertas. Todo muerto... La muerte puede ser capaz de reencarnarse tantas veces?





20





Las Gouland fueron enterradas con todos los honores. También al reino iban a entrar juntas. Los tres ataúdes en fila, una decoración en coloridas flores, todo en armonía. Miles y miles de palabras maravillosas, de oraciones, de agradecimiento a la obra de esas vidas que vivieron a puro corazón. A su servicio, a su bondad, a su simpatía. Todo el pueblo las llora... Esas eran muertes notables...


Pocas veces en Guido se vio algo igual. Un día histórico, mágico, notablemente triste. Las tres juntas...


Las pasaron por todas las instituciones benéficas antes del entierro y las calles se poblaron hasta quedar colmadas por gente de todo tipo y edad.


La muerte de las Gouland siguió con Juan. En su recuperación siguió toda la expectativa de un pueblo. En memoria de las tres era necesario que Juan se salvara...por la salud de Rafael era necesario que Juan se salvara...por Tomás...


Lo de las Gouland podía tener un sentido milagroso... Pero Juan...


Cerca de un mes haciendo cadenas de oración, turnándose para cuidarlo, de modo de poder hacer trámites, controlar la farmacia y a Tomás.


Cuando había una pequeña señal de mejoría la alegría era colectiva. Una esperanza que sabían científicamente que era una pequeña luz que amagaba apagarse en cualquier momento. Las posibilidades de vivir de Juan eran muy pocas. Ni siquiera trasladándolo a otro país. Todo lo que había por hacer era esperar, probablemente y de nuevo, la muerte.


Fueron exactamente treinta días de café y pasillos, de diarios y caramelos de menta. Horas y días continuados, sin pausa sin respiro, sin nada.


Amigos, súplicas, cartas. La espera despiadada y el peor final . Un médico que estira los bolsillos hacia abajo, te palmea y te dice:

- No se pudo hacer más -. Entonces se te desgarra la carne y te rompés en pedazos sin tener a quien echarle la culpa. Ya no tenés familia, no tenés contención , no tenés ganas.

El repetido frío volvió a correr por todo su cuerpo cada vez más golpeado. Avanzó sobre la ropa y sobre los ojos cansados de luchar y esperar.  Sobre los ojos cegados por la muerte.


El médico intentó ponerse en movimiento pero Rafael no lo siguió. Permaneció con la cabeza gacha. No tenía a quien delegarle otra vez los putos trámites de la muerte que volvían a abofetearlo sin saber por qué.


La historia se repetía negra y cruel. El cuchillo se retorcía otra vez en la herida sin cerrar. Su padre. Carmen. Las Gouland. Juan. Juan y todos los demás...


Lloró uno por uno, paso a paso, pero cada muerto eran todos sus muertos. La muerte exageraba y se repetía hasta el hartazgo. No quería quedar solo para enfrentar todo eso.


Todos insistían en que estaba Tomás, Paula, y el también lo sabia pero eran muy niños más que ayudarlo a él eran nuevas y más demandas. Qué podría darles él en este estado?


Le dieron un calmante para que pusiera el dolor en pausa y se dedicará a los conocidos trámites de la muerte.


Juntó las pocas cosas que tenían y pasó por enfermería para hacer los últimos arreglos. Le pidieron los órganos de Juan. Se volvió loco. - se piensa usted que yo le puedo dar algo más de lo que ya he dado? Quiero entregarle algo entero a su madre en el cielo que lo está esperando- contestó furioso Rafael como si todos estuviesen al tanto de la muerte de Carmen.


- Perdone señor no lo tome a mal señor, es que se pueden salvar otras vidas.... - dijo comprendiendo la consternación de quien acaba de perder un hijo-.


- Perdone usted - dijo Rafael completamente perturbado pero sin ceder. La vida que se tenía que salvar no se salvó - y sin decir nada más, cerró la puerta y se fue.




21




Volvieron a Guido a enterrar a Juan. La historia también se repetía. El resentimiento se iba apoderando más de él. Era imposible tanta y maldita mierda. Las lágrimas ya no alcanzaban a expresar tanta crueldad. Más bien, era enojo, furia, algo cercano a un odio casi desmedido.  No estaba seguro hacia quien. Hacia Dios, sólo en parte, porque contradictoriamente era también a Dios a quien le pedía que lo mantuviera en pie.


Pasaron por la Iglesia para hacerle una misa en su memoria. Sus compañeros de quinto grado eran una gran mancha de guardapolvos blancos esperándolo. Miles y miles de personas dándole la bienvenida como siempre, como en todas partes, también en la muerte.


Su amada madre lo esperaría en el cielo, y también las Gouland y también el abuelo Antonio, serían otra multitud a su llegada. Ese era el único consuelo de Rafael.


Estaba inquieto, recorría las bancas de la iglesia y encontraba todos sus pequeños compañeros desconsolados, sin poder entender.


Tomás permanecía de pie, junto al doctor Equios que después del accidente le hacía un seguimiento pemanente, sanación y compañía. Para ambos, porque tenerlo cerca siempre era como tener un ángel, una verdadera bendición.


Parecía no entender... o sí... pero qué puede pasar por la cabeza de un niño ese día? y los demás días? Cómo enfrentar el después, el mañana... la vida que insiste para algunos.



Dejaron a Juan en el cementerio. Reiteradamente volvía a dejar.


Volvieron a lo de Rosita. A la casa no podían estar. No lo soportarían. ¿Había algún lugar dónde se podía estar? Mudos. ¿Había algo que decir?


Aún desgarrados, todos se hacían más fuertes a medida que era necesario, para proteger a Tomi y su papi.

El marido de Rosita escondió las armas que solía tener. El médico lo recomendó. Dijo que tuvieran cuidado con Rafael.

Pasaban lentamente los días y cada uno de ellos insistía en que quedaba un motivo: la recuperación de Tomás. El necesitaba más cuidado y más mimos que nunca para salir de ese trauma.

Por ser más chico, tal vez se curara antes. Cicatrizaría con más facilidad. Para eso quedaba lograr una unión indestructible, un bloque una muralla que no se dejara vencer por el pasado, ni por el duelo ni por nada de nada.


Comenzaron a notarse algunas mejorías. Se reintegró al colegio. Se reintegraron a él. A paso de hormiga, respetando su fragilidad, con todos los cuidados posibles. Pero cómo se trata a un niño que viene de la muerte, cómo queda guardado en tu ADN eso de ser el único sobreviviente?



El accidente lo hizo acercar a Carmen, a Paula, recomponer. Ella lo visitó en La Plata mientras Juan estuvo internado, lo acompañó. Los temas menores fueron eso, menores, se necesitaban para poder reconstruir algo porque esa diáspora era insoportable.


Lo auxilió. Se auxilió.


La policía recuperó las fotos que habían sacado las Gouland en la Capital. Estaban en los bolsos junto a los regalos. También la lechuza para Rosita. 

Rafa se shockeó frente a cada una de las cosas que le hicieron sentir la presencia de todos nuevamente, en cada una de las ropas, en el auto chocado, destrozado, en la narración del accidente que no pudo desconocer. En un único sobreviviente, Tomás que ahora era una gota de cristal que él debía cuidar.

"Y me pregunto hasta cuándo podré con esto porque la muerte se me atora en la garganta y por más que la lucho me asfixia. Trato de olvidar y en el intento de olvidar más estoy recordando. Es un péndulo que va de la vida a la muerte, frente a frente y no salgo de ahí. Están provocándose una a la otra, burlándose, sin saber que las dos son tan tremendamente fuertes, tan duras, que ya no sé cuál es peor. Y estoy probándola como se prueba el mar con la punta del pie cuando está frío. Sabrás de qué te hablo. Vos también habrás andado en una moto a doscientos kilómetros por hora o te habrás tomado unos cuantos tranquilizantes. Para estar hurgueteándola, palpándola, sin saber que viene como una gran ola y te arraza.


Ahora ya a esta altura me pregunto... cuál es el precio de vivir cada minuto? Cuál es el precio de vivir cada minuto? Mi vida no vale nada.


Hoy me he puesto en la ventana de la incertidumbre a preguntarme por qué. Estoy al lado de la soledad para que me acompañe. Hoy por fin hice bien. Hoy me alejé y no busqué el pretexto de una compañía para cubrir ese vacío. Hoy por primera vez y sin querer no me he mentido. Pensaba que de a dos todo era más soportable, o de a más. Una multitud de carne y hueso intenta comprenderme pero yo no puedo acompañarme de ellos porque necesito hablarme a mí mismo, responderme preguntas que tengo pendientes. Sólo mis dudas me entienden. Mi confusión sabe de qué hablo."



Se acaban de ir de mí, de nuevo.

Tiemblo. 
Las piernas que ya no me sostienen.
La realidad y la ficción me tocan la espalda,
y me arrebatan el poco de cordura que me queda.
Vengo otra vez de un abandono.
La desesperación me gana por goleada.




22



En ese momento estaba medicado. La situación de la farmacia cambió en el mismo instante que fallecieron las Gouland. Rafa tenía con ellas un único contrato: la palabra.
Las palabras ya no valieron lo que él pensaba. Había también un papel en la caja de seguridad que ellas habían hecho ante escribano por si pasaba algo de lo que pasó. Ese viejo papel había vencido. El nuevo documento jamás lo pudimos encontrar.

Los herederos de todo, sus sobrinos, de eso no respetaron absolutamente nada. No les importó la situación, su desesperación, nada. Es más estando Juan internado en La Plata aparecieron en la terapia intensiva para arreglar el tema de la Farmacia.

Rafa sin dormir, exhausto, esperando que Dios se apiadara de su hijo y de él que ya no daba más y fueron a hablarle de negocios. Por respeto a las Gouland los escuchó. El mayor de los sobrinos habló siempre con palabras diplomáticas y se disculpó por lo inoportuno del lugar diciendo que había " cierto apuro en resolver el tema".

Rafa no aceptó la propuesta del 25% de las ganancias. Se le retuercen las tripas recordándolo. Si hubiesen tenido la charla en otro momento no se hubiese callado.

Pocho estuvo a punto de cagarlos a trompadas pero en un momento de cordura pensó que era peor. Sólo cuando vio que algo podía empeorar se animó a decirle:

-Date una vez la oportunidad de callarte la boca y vas a ver que bueno que es- después lo miró a Rafael como disculpándose por la imprudencia, dio media vuelta y se fue.

Siempre están los buitres buscando carne fresca. Las herencias son como una mujer histérica que se pasea en medio de todos, dejándose manosear, permitiendo las bajezas más repugnantes, para terminar en las peores manos.

El dueño de la droguería Pasteur se sorprendió con las nuevas noticias, con los nuevos dueños y sus decisiones. Conmovido le ofreció una farmacia para administrar en Tandil.

Rafael había vuelto a discutir con Carmen. Una discusión muy fuerte. Insostenible.

-¿Cuántas oportunidades pensás que se dan Carmen? -preguntó Rafa con tono de que era la última-

-Oportunidades se dan las que se sienten dar, no hay número -contestó Carmen-.

Era verdad. Esa respuesta era la más sensata que le había escuchado jamás. En realidad es lo que él había pensado siempre. En algo estaban de acuerdo. Podrían darse entonces una oportunidad más. El necesitaba darle una última y dársela también a sí mismo. No quería seguir perdiendo.

El arreglo fue más bien teórico. No hubo manera de convivir y no se puede perder lo que no se tiene. Choques, pases de factura, reproches, escándalo. Ella decía que el necesitaba un cambio, tomar distancia, que la propuesta de Droguería Pasteur en otro lugar era ideal para empezar de nuevo. El le pedía a gritos que por favor lo dejara en paz. Por fin en paz.


Es verdad que tampoco le quedaban muchas opciones. Después de haber trabajado treinta años en esa farmacia sin jefes ni objeciones, no quería tener complicaciones con los nuevos dueños frente a los que no pensaba arrastrarse ni degradar todo lo construido. Tenía que respetarse un poco.


El tiempo lo apuraba. Tenía que tomar una dolorosa decisión. Era jueves a la noche. Rafa estuvo ausente durante toda la cena. Cuando alguien hablaba, él se daba un tiempo para bajar a la realidad y tomar consciencia de lo que estaba pasando alrededor de la mesa.

Se levantó cada cinco minutos a buscar alguna cosa a la cocina,  miró a Paula, y se alejó para prender un cigarrillo. Y otro tras otro y con el brazo en triángulo sostuvo la cabeza mientras pensaba.


Fueron días de recuerdos.
Se internó con un libro y el álbum de fotos en el sillón verde en las penumbras de la casa. Le costaba muchísimo dormir, mantenerse equilibrado, prestar atención a los chicos.

Una sensación de violencia lo golpeaba por dentro y ni siquiera encontraba con quien desahogarse, tenía un tremendo dolor en el pecho producto de esa angustia. Lo único que se sentía capaz de hacer era trabajar. Al punto de detestar los fines de semana y no saber qué hacer con el tiempo libre, cómo enfrentarse a él.
No quiso ayuda. Ni médicos, ni analistas.

Empezó a estar peor. Aumentó la dosis de tranquilizantes. El se los administraba de la farmacia a su antojo. Su insomnio se agudizó. Se tornó agresivo. Mucho cansancio y depresión. Un gran vacío le oprimía el pecho y la vida se le hacía tan difícil como la muerte. O más.


Fue un círculo muy negativo. Rafa odiaba no tener ni siquiera fuerzas para Tomás. Ya no le salía ser padre. Ni siquiera eso.

Todos se esforzaron para que Tomás no perdiera la alegría. El doctor Equiois, Rosita que lo enredada entre sus brazos como un gato hasta que las canciones lo hacían dormirse. Nada ni nadie podría sacarle la alegría a Tomás, parecía tenerla impresa, llevarla en su foro más íntimo y contagiarla a los demás como si no estuviera en su consciencia todo lo que pasaba.



Se sumó la idea de irse a Tandil. Eso también lo atormentó. Rafa era un volvedor permanente. Imanado al pasado, a sus cosas, a sus amores, a su cementerio. También necesitaba estar cerca de sus muertos.

Por suerte la decisión estaba tomada pero se irían al año siguiente. Eso le daba algo de margen. Un respiro. Extrañaría tanto la farmacia, el club, la casa...su casa desde hace más de 40 años. Su única casa. Su refugio.
Todo lo había vivido allí. Detrás de cada poco de aire que rondaba en la cocina, estaba grabada la sonrisa de los niños, el agua caliente para el mate de la mañana, las charlas con su padre, la alegría del amor con su primera Carmen y los 11 años juntos a su lado.
La escoba siempre barriendo la tristeza, el sol siempre entrando por la misma ventana. Su madre trayéndole abrigo por la noche.

Rafa tenía la forma de esa casa. Por eso vendió la que estaban construyendo y volvió. Como siempre volvió a la casa que lo conoce, que lo cobija, a la que es capaz de darle una mínima respuesta de por qué pasa todo lo que pasa.

Allí se crió, aprendió a andar, recibió coscorrones, pasó el sarampión y la varicela, llevó amigos a merendar, a almorzar, esperó los reyes mil veces con los zapatos en las ventanas, se ilusionó, vomitó en los malvones de su madre después de alguna borrachera...se casó, nacieron los chicos...

Su casa sabe verdaderamente quién es. Ahí no tiene que dar explicaciones de nada.

Más de una vez Rafa revisa la ropa de Juan todavía colgada en el placard. Formatea con su imaginación las piernitas dentro de los pantalones de jean que permanecen intactos. Después cierra esas puertas, resguardándolos.

Ante el mínimo indicio se aparecía esa personita en cuerpo y alma. Su rostro blanco, plagado de pecas viajaba con él a todas partes y desde el cielo, ese ángel era el que le daba la fuerza para seguir adelante, le hablaba, le aconsejaba, le hacía comprender algo de la muerte desde la muerte.

Por momentos, tampoco le alcanzaba. La manzana podrida del dolor había contaminado su optimismo, sus fuerzas, todo.

Después de haber vivido un amor intenso, de tenerlo en cada uno de los poros... de saber que ciertamente existe y lo has perdido....¿Qué queda? ¿A dónde va el amor cuando se acaba?

Con el paso del tiempo las nuevas relaciones humanas lo sorprendían por lo esporádicas, por lo banales o por lo nada que eran. Seguía viviendo de aquellas, de las que fueron, sabiendo que nada se puede repetir, que los momentos, son eso: momentos.

Soñar cada tanto con volver a sentir un cosquilleo, algo que le indique de nuevo ese sentimiento que en su actual esposa ya sabe que no lo encontrará.

El amor tiene que andar suelto por ahí, si es que Dios le da de nuevo, la oportunidad de enamorarse. Por el momento no podía ver nada de eso. Nada de nada. En ese estado no podía empezar nada nuevo. Para empezar, primero tenía que terminar.


Manejaba como un loco, sin reconocer a nadie, ni detenerse en ningún lado. Fue necesario empezar a cuidar a Tomás también de él. No respetaba semáforos ni reglas de tránsito. Entablaba diálogos con nadie, hablaba sólo, estaba distraído. Había comprado en más de un laboratorio sin poder cumplir en término con los pagos. Los plazos vencieron y dejaron de abastecerlo los proveedores. Comenzaron a faltar productos como nunca antes había pasado... Se enfurecía si le llamaban la atención o lo sorprendían en un descuido. No tenía ganas de comer, ni de hablar, ni de dormir ni despertarse.




23



El sábado fue al campo con Pocho. Ambos se fortalecían juntos. Podían hablar. Rafael parecía querer decirle alguna cosa. Pocho vivió varios años en lo de Rafael en su juventud. Eran familia.

Para charlar con Pocho no tenía que seleccionar comentarios, ni cuidarse en lo que iba  a decir. Tampoco era necesario estar seguro de algo, ni tener un dato acertado. No hacía falta decir nada, Pocho lo conocía por fuera, por dentro. Pocho sabría comprenderlo aunque estuviera equivocado,

El aroma de los eucaliptos se confundió con el del césped recién cortado. El nogal se expuso sin timidez frente a sus admiradores y los caballos sueltos, galoparon sin más palenque que el de su libertad. Por un día, las guardias y las recetas se fueron de vacaciones de su mente. No vio bancos, ni cheques, ni distribuidores. Nada.
Tomi con Rosita que la verdad estaba casi mejor que con él. No había problemas.
Sólo por un día.
El estómago fue el encargado de dirigir la comida. Se tomó su tiempo.
El vino tinto que acampañó la carne hizo que los temas cotidianos terminaran en una charla confidencial.

Rafa le contestó que estaba al borde.

La ciudad bien lejos. Carmen también.
Pocho lo entretuvo todo el día, pero la vuelta era difícil: la farmacia, su mujer o su ex, no estaba claro, su madre, su insomnio...
Lo único que de algún modo lo sostenía era Tomás. Paula le resultaba difícil con su madre en el medio.

Pero a Tomás tampoco tenía nada para darle. Más de una vez Tomás era quien le daba aliento a él.

"Necesitaba alguien bien fuerte, que lo abrazara por la espalda. Que lo protegiera. No soportaba más sentir ese abismo detrás de mí y saber que al mínimo temblor me iba de traste."

La ausencia era desesperante. El Cura, Cristóbal, lo vio verdaderamente mal y adelantó la cita. Rafa se levantó temprano al día siguiente y fue a verlo. A Cristóbal no tenía que preguntarle qué le pasaba. Directamente se ponían a charlar de cualquier cosa hasta llegar adónde Rafa necesitaba.

Antes de que el cura lo saludara dijo:

-Padre, yo sin Carmen ni Juan ....no puedo - y se le quebró la voz-.

-Pasá, sentate Rafael - dijo mientras colgaba el saco en un perchero-.

-Tenés que ir encontrando el camino. Dios nunca te deja solo. Tu mujer y tu hijo están junto a El mucho mejor de lo que vos pensás.

-De eso no tengo ninguna duda. El problema soy yo. Yo también necesito estar con ellos. Yo no puedo sólo. No me puedo resignar... no puedo entender...

-No todo se puede entender Rafael - interrumpió el cura-

-Necesito entender...¿Por qué se fueron?

-Porque eran los elegidos del señor, Dios los necesitaba, es el mandato Rafael.

-Y por qué a mí no me llevó? - insistió- porque no era tu hora. Tu misión aquí no ha terminado.

-La misión del alguien puede ser sufrir?

-Si sufres por perderlos es porque fue muy grato haberlos tenido. No todos tienen esa suerte

-Ah me quiere decir que soy un afortunado! aplausos - se burló Rafa-.

-Aunque te suene totalmente ridículo, casi te diría que sí.

-Yo pensé que las cosas eran más repartidas, más justas,

-Esto ha sido Justicia Divina, el Señor siempre es justo aunque duela.

-Por qué me es tan difícil entonces?

-Dios da la sabiduría necesaria para entender  pero siempre que cada uno cultive día a día su fe y no se deje llevar por la rebeldía.

-Tal vez si estuvieran las Gouland...

-Debes tener mucha mucha fé...

-¿Y qué tengo que hacer para que mi hijo Tomas pueda tener una vida normal... mi hijo sufre y yo no tengo fuerzas para darle. No encuentro la paz, la estabilidad, el consejo...Cuando quiero hablarle las palabras  se me ahogan en la propia saliva y no me sale nada...

-Fé,  Rafael, edúcalo en la fé. Será más creyente que tú. De hecho lo es. Ya lo verás.

-Después de casi dos horas de preguntas Rafa insistió: - y Por qué?

Antes de que terminara de preguntar, el padre Cristóbal se paró y se acercó hasta chocar frente con frente y mirarlo bien a los ojos.

-Por qué no te vas a la mierda? -le preguntó con todo el énfasis posible y los dos soltaron la carcajada.

-Te voy a decir sinceramente Rafael  -al fondo de la verdad no llega nunca nadie, porque es propio del ser humano. Hay cosas que el hombre no tiene que saber. No puede entender, son incomprensibles. Y creéme: hasta es bueno que así sea.




24




Por unos días llegó algo de calma. Eran los últimos de noviembre, el verano estaba un poco anticipado y hacía bien.
Era jueves, comieron en el patio. Todo a base de frutas y verduras.
A las tres Rafael fue a bañarse. Tres y media se puso el gualdapolvo corto, le dio un beso a Tomi y se fue a trabajar.
Tomás se quedó concentrado pintando un dibujo.  Estuvo pensativo y un pequeño llanto le llamó la atención y apurado cerró la carpeta y fue a ver a Paula que se había dado vuelta y estaba en su cuna cabeza abajo.

La dio vuelta, la meció un poco y cuando la notó dormida nuevamente, volvió a pintar.
Carmen se puso detrás de su espalda para mirarlo. Se quedó varios  minutos sin que él siquiera lo notara. Estaba concentrado en terminar su obra.

-Tomás, usá otra pinturita, con todos los colores que tenés, estás pintando todo de negro -dijo Carmen sobresaltándolo porque no la había visto-.
Tomás volvió a su dibujo sin emitir palabra,( no la llamaba mamá ni Carmen, nunca la nombraba) y con más crayón negro continuó pintando. Al terminar, la hoja tenía solamente una gran mancha negra.

El auxilio de Tomás a Paula la conmovió. Ella siempre tenía a ofenderse cuando intentaban hacerle creer que Juan y Tomás tenían algo sobrenatural, pero al observar todo el episodio de cómo el pequeño reaccionó con Paula, tuvo que reconocer que hasta ella estaba descubriendo que no era un niño normal.

Pero lo notó triste. Estuvo triste, creo, por primera vez. Ella intentó animarlo pero él no se interesó en su consuelo.

-Ya vamos a empezar a ir al club como todos los años para que no se aburran Tomás. Te prometo que te gustará ir -le dijo Carmen peinándole un poco el flequillo con los dedos-.
-Está bien, de acuerdo - contestó- esbozando una sonrisa tímida y casi forzada.

Sin Juan y una vez terminado el colegio, los días se le harían realmente largos. Si bien siempre había gente querida para entretenerlo, e iba casi todos los días a lo de Rosita, eran mayormente adultos y el necesitaba un poco más estar con gente de su edad.

En lo de Rosita estaba más tranquilo y todos los mimos eran para él. Le ayudaba un poco en la cocina que era su pasión. Pelaba papas para la ensalada, ponía los platos, los sacaba, era un señor.

También le gustaba sentarse en un pequeño banquito de madera que ella tenía.

Rosita se acercó para invitarle una galletita. Lo notó muy callado, abstraído. Se agachó para estar a su altura y le dijo:
-Qué pasa Tomi?- dijo dejando el paquete en el piso para poder agarrarle las dos manos-.

-Rosita... -contestó él con otra pregunta... -¿Vos qué preferías... estár viva o muerta?

-Por qué me preguntás eso? - cuestionó Rosita a su turno consternada por la inquietud.

-Porque yo prefieron estar muerto. Quiero estar con Juan -fue lo último que dijo y se quedó mudo-.

-Mi amor... no tenés que pensar esas cosas. Juancito está con mamá. Están bien.

-Por eso -quiero verlos-.

-Vos tenés que estar contento acá - todos te queremos- dijo Rosita abrazándolo sin poder aguantar las lágrimas.

-No. Yo lo extraño mucho, mucho a Juan. -insistió Tomás-.

Rosita se quedó muda. Lo dejó desahogarse y cuando pudo cambió de tema y le propuso escribir la carta del día de Reyes.

Lo entusiasmó la idea. Por un rato se olvidó de todo. Agarró un lápiz y un papel y escribió:

Reyes Magos
Quiero que me traigan un Play Móvil
Tomás


A Rosita le volvió el alma al cuerpo al leer el mensaje. Por momentos temió que pudiera pedir algo inalcanzable, temió que su idea hubiese sido mala, pero felizmente lo distrajo y además podrían cumplirle por lo menos, ese sueño.

Tomás la terminó de escribir, comió y después, escuchó que Carmen lo llamaba a los gritos y se fue un rato a su casa.

No tardó demasiado en volver. Volvió a la tardecita con su pequeña bici para que el marido de Rosita se la arreglara.
Juntos emparcharon el neumático y eso lo hizo sentir satisfecho. Apurado la pasó por el patio hasta su casa.

Volvió a desinflarse. Le pidió a su padre que por favor la reparara de nuevo.

-No puedo ahora -dijo Rafa-

-Por favor arreglámela - exigió-

-No vas en bici- le contestó Rafael subiéndose al auto.

Entonces Tomás lloró como un loco. Como nunca. Pateó y tiró al suelo todo lo que encontró a mano.
Sin saber qué hacer y con los nervios al límite, Rafael se volvió y le arregló la bicicleta, pero le pidió que por favor ese día no la usara.
 Gritó de nuevo.

-Por favor mañana, Tomás, hoy no te veo del todo bien.

-Una vez más insistió y Rafael para que se tranquilizara se la dio.

Tomás después del accidente tenía alguna dificultad en los centros de atención y algunos día estaba particularmente disperso. Le pareció que era peligroso dejarlo ir solo.

-Por favor, Tomás, mañana- dijo Rafael .

Carmen que había escuchado toda la situación lo tranquilizó para que pudiera irse y prometió encargarse.

-Dejalo ir, va conmigo - le dijo a su marido -.

Después de dudar un momento, asintió con la cabeza poco convencido y se fue.

Tomás la miró por primera vez con ojos agradecidos y todavía acongojado por la crisis de nervios, agarró la bicicleta del volante y se subió.

Paula quedó con Rosita y Carmen lo acompañó en su bicicleta grande y anduvieron varias cuadras. Cuando llegaron a la Avenida se detuvieron. Carmen se lanzó a cruzar y él dudó por lo que se quedó un poco retrasado. Desde la vereda de enfrente ella le gritó para que se decidiera a alcanzarla:

-Ahora, cruzá con cuidado -le gritó- , Entonces Tomás se bajó de la bicicleta, la agarró con la mano y la empujó.

Venía un sólo auto. El que lo embistió.

Fue tal el impacto que voló unos cien metros por el aire y cayó. El mundo se detuvo. Nadie sabe exactamente que pudo pasar en ese momento. Ni siquiera Carmen.
Sí se sabe que Tomás llegó al hospital en un vehículo particular inmediatamente después del accidente, pero no mucho más que eso.



Prepararon la ambulancia para derivarlo a un centro de mayor complejidad pero no alcanzó a llegar. En una de las localidades intermedias, dieron la vuelta. Tomás había dicho: basta.

A todos se les murió diferente: a Rosita se le oscureció su cielo. Se marchitó el último rastro de infancia, su casa, su patio con flores, con  plantas...

A la abuela se le murió al lado de la cama. "Pronto estaremos juntos. Dijo Marta".
A Carmen la aterró la culpa y la cercanía de la fatalidad, a un paso de ella.

Rafa entregó el último resto de corazón. Le produjo calambres en la cara en los brazos, Se enajenó. Se fue de sí, en ese momento y posiblemente para siempre.  En el fondo se alegró por él. Por Tomás. Ese también era su sueño.


Pero su sufrimiento no se hizo costumbre, no es que a Tomás lo sufrió menos. Lo sufrió todo palmo a palmo, roto en pedazos, sin poder creerlo. Esa muerte sí que lo encontró en un hilo. Totalmente desequilibrado y harto.

Ese era el principio de su fin. Buscar la paz definitiva como Tomi, como el viejo, con coraje.

En ese momento también se dio cuenta que había que tener fuerza también para matarse, porque aunque parezca una contradicción en medio de tantas muertes, querer morirse y lograrlo no es tan fácil.

"No quiero hacer más duelos, quiero ir con ellos" No pensaba en otra cosa. De alguna forma lo tendría que lograr.
Qué sentido tenía todo esto?

Se tomó un tranquilizante. Un puñado de tranquilizantes. No tuvo reacción manifiesta como otras veces. No hubo gritos, palabrotas, nada. No tenía fuerzas.

Su cara se quedó sin expresión. Solamente giraba el cuello de un lado a otro en señal de negación. Y en el fondo de su ser culpaba a Carmen.

Cuando lo pude saludar, recién en el velatorio, a la madrugada en la cocina se acercó y me dijo:


" Si esto se lo contás a alguien no te lo cree.

¿Perder en cuatro años lo que has construido toda tu vida? Cómo pudo pasar? Se hundió a tal punto que pensó que no podría volver a levantarse. Pero sí. Tenía un objetivo. Haría bien en matarse. Mi única razón para vivir acaba de dejarme.

Hice todo lo posible para que se queden conmigo pero ellos eran demasiado mágicos para este mundo. Las almas llaman a otras almas. Yo lo he visto"


Rafa estuvo medicado y a cargo permanente del doctor Volteri. Estar dopado lo distraía del suicidio. Prohibieron dejarlo solo. No era fácil.

Miedo al dormir. Miedo al levantarse.
El día final aún no había llegado. Tenía que hacer un buen plan que no fallase.

Y en ese interín pasaba del olvido al recuerdo con una sensación muy rara que lo golpeaba y lo confundía. Le daba vueltas en la cabeza y no estaba seguro si podría.

Su cabeza viajaba por los días más coloridos, a los más oscuros, por los besos sin ganas a la mujer que amó, por su corazón y su cabeza que están en coma, por él: por las noches donde dijo verdades en medio de una borrachera o se dejó tocar por las manos menos indicadas. Por lo que acabó de negar, por lo que fue y lo que no.

El eterno problema de la memoria. Quisiera acordarse de tantas cosas y no puede... quisiera olvidarse de tantas otras... y tampoco.

Mientras buscaba la forma de matarse, iba muriéndose de a poco.

Carmen se terminó definitivamente. Fue todos los días una mujer distinta, Otra vez la noche, el deshogar, el alcohol...

No tenía a quien querer, y sin amor él nunca había podido dar un sólo paso. Para animarse a vivir de nuevo, mínimamente tenía que amar. De lo contrario el futuro era una flecha negra, incierta que no tenía donde clavarse. No tenía rumbo. O tenía el peor rumbo.

Quería tener por lo menos esa esperanza de buscar los ojos de las personas que amaba entre decenas de pares de ojos de cualquiera. Ese poder verlos imaginariamente en cualquier rostro, modificando las expresiones para hacerlos suyos. Ese no sé qué, capaz de hacerlo sentir vivo.

"Ellos ya estaban bien juntos. Qué ganas de verlos".




25




Decidió estar solo definitivamente. Basta de estar custodiándolo. Finalmente el haría lo que quisiera. Sus problemas de sueño empeoraron. sus nervios lo contracturaron. la angustia lo arrastraba por el suelo donde ella quería ir.

Al salir de la farmacia, daba vueltas en el auto. No tenía adonde ir. Toda su familia estaba en el cielo. Allá debía ir. Cuanto antes.
Ningún amigo le iba a cerrar las puertas, al contrario, lo estarían esperando, pero cada uno tenía su familia y lo incomodaba andar pregonando una.

Entonces sin saber bien qué hacer, paraba el auto en cualquier parte y lloraba. Solamente lloraba.

Después de medianoche un hombre solo ya no desentona tanto. Estacionaba en el centro y caminaba hasta el bar con el pullover al hombro y peinado al agua. Tomaba religiosamente un whisky con hielo que revolvía con el dedo hasta el final. Y luego otro y otro más. La madrugada lo encontraba sólo y borracho.

Su vida era una borrachera. Mujeres en el intento de distraer la soledad.  Rubia, muy rubia, un par de piernas largas, bien formadas, la cintura exacta en la mitad del cuerpo. Cada cosa bien puesta en su lugar...
Café, whisky, noche, cama...
Se levantaron a las dos de la tarde. Rafael asqueado por el olor a cigarrillo y sexo. Se miraron bien para reconocerse, pero poco lograron de eso. No volvieron ni a tocarse ni a besarse. Las sábanas revueltas, recogió sus cosas y se fue.
Rafa prometió llamarla pero no lo hizo y esas piernas que fueron un deleite en plena noche, con la luz del día ya no eran nada, le provocaron tan sólo rechazo, le hicieron saber qué desagradable era el sexo sin amor y el amor sin Carmen.

La noche siguiente lo llamó una de las médicas de la clínica de La Plata. Una mujer joven, con una espalda escandalosa que lo acompañó en su estadía con Juan y que hizo por su hijo todo lo que hubiese hecho una madre.
La recordaba sentada en su cama, arremangándose para  controlarle el suero y la respiración, frotándole el pecho para que juntara fuerzas.
Tenían horas de café y terapia juntos.
Viajó para verla. Esa admiración y ese aprecio con agradecimiento se mezclaron un poco con la pasión y pasaron la noche juntos. Una noche que pareció perfecta. Pero sólo una.

Rafael deseó enamorarse de ella pero no la amó. Era la mujer que soñaba, pero como siempre y una vez más, supo que el amor no se elige. Para no lastimarla decidió cortar allí mismo esa locura y la despidió con una gran tristeza.

Estar con ella había servido para saber con cuántas mujeres había estado. Para saber que no quería más esas relaciones donde los te quiero van y vienen como encomiendas, se dicen fácilmente y al instante querés no haberlo dicho ni que el otro lo haya escuchado.

"Mi único problema era yo. No era compatible con nadie en ese estado".


Rafa ya no estaba preocupado por su familia. Ellos estaban perfectamente juntos y bien allá a lo lejos. Y él, que importaba él, tenía unas vacaciones muy largas y descuidadas de sí mismo. Todo lo que supo darle paz, ahora le generaba  un nuevo desequilibrio. Evitaba los contactos con casi todo el mundo para esquivar así consejos y comentarios desafortunados.

La tristeza se perpetuó. Se hizo costumbre. Le infectó el colchón, los libros, el plato de comida y la cabeza. El trámite de su muerte era urgente.




26



Se quedó sólo con el ruido de la lluvia y los restos de cerveza del día anterior. En pijama. Hizo sillón. Una ventana, un cigarrillo, un naranjo.

Cómo fuera, tendría que hacer de tripas corazón e ir a visitar a su madre. ¿Para decirle qué?¿Para que lo viera así arruinado, sucio, loco? De todos modos tendría que ir igual. Su madre querría verlo cualquiera fuera su estado. Lo habían mandado a llamar.

Doña Martha estaba en un estado irreversible. No hablaba, no conocía, ni siquiera supo quién era Rafael.
Lloró. Por ella y por él. Por qué no fue antes, por qué la desidia, por qué ella estaba logrando morirse y él no? Para todos pareciera ser algo tan sencillo y él que lo deseaba con todo su ser no lo podía lograr...

La esclerosis múltiple con parálisis la fueron apagando. Los tendones de Marta se fueron encogiendo y no la podían siquiera estirar. Hoy tiene 93 años cumplidos y unos cuantos de internación.

Rafa no pudo soportar más de 20 minutos en el geriátrico. Era un absurdo total. Decenas de viejos agarrados de las paredes,  sentados, parados, por cualquier parte, por todas partes,  rondando sin saber dónde van, qué hacen... la degradación de la vida. Tan lejos de la consciencia como yo de entender por qué Dios en lugar de llevarse toda esa gente que ya vivió su vida, se llevó mi familia, mis pequeños hijos, y no se lleva la mía.

Ellos, estos pobres viejos, son los únicos que tendrían que irse para no sufrir más...

Al salir de allí, a Rafa se le dio vuelta el mundo. A título de qué Dios a su madre la tenía viva... Ella en la agonía enterró a sus dos nietos... ella sigue viva...



27



Con lo de su madre se convenció. Pensó concretamente en irse. En irse del todo.
Esa idea giraba desde hace tiempo enloqueciéndolo, prestándole coraje, quitándoselo. Llevándolo por los lugares más oscuros de su pasado y de su futuro.


Era su hora, como hace años había sido la de su padre. Dentro de tanta tragedia morir como su tata era lo menos malo. Hasta en su forma de morir hoy lo admiraba. Su viejo había sido un valiente también para irse de este mundo. Pero al viejo había que llegarle a los tobillos por lo menos, porque no cualquiera lo hace...


Noches enteras releyendo los ojos perdidos del pequeño Van Gogh en sus "Cartas desde la Locura". Desde ese retrato lo incitaba a la muerte, a la consciencia de la muerte.


Volvió a la piedra del Centinela, un lugar que había descubierto hace muchos años para disfrutar y pensar. Desde ahí divisaba toda la ciudad. Se quedaba horas mirando el vacío, haciéndose amigo, preparándose.

Esa vista panorámica había sido  su lugar preferido para la meditación. Recorría durante horas el paisaje en silencio, hablando con su pensamiento que se  escapaba cuesta abajo y se estrellaba contra las rocas.


Ese día Dana lo acompañó a la piedra. No sé por qué. Supongo que en el intento inconsciente de salvarse. Se distendió,  y fueron haciendo un paneo de sus vidas, con pocas palabras. Ella sabía que la mejor forma de conquistarlo por ahora, era el silencio.

Pero a pesar de lo poco, la vida de Dana no se quedó atrás. También era densa, extremadamente complicada. Y en ese contento fue bueno saber que no sólo la muerte es un drama.


Milagrosamente sus pieles se llevaron bien, muy bien, casi sin tocarse. Rafa se fue llenando de ella. Se dejó oír por ella, se entregó, un poco, en cuerpo y alma. Compartió todas sus pérdidas, todo ese dolor tan solitario que arrastraba y ella supo muy bien qué hacer con él: acariciarlo mientras tanto y compartir serena toda esa locura declarada.


Fueron las primeras horas, creo, de sosiego, después de tantas sucesivas desgracias. Regresaron a Guido al anochecer. La dejó en su casa...

Volvió a estar sólo, a perturbarse, tuvo miedo, la necesitó, pensó en volver a buscarla.... tuvo el desenfrenado impulso de llamarla y decirle que la amaba...

Pero no se animó tan pronto, no podía arriesgarse a tener, pues no podía perder más nada.
Esa duda lo hizo tomar. Tomó hasta emborracharse una vez más. Los mismos tormentos lo acompañaron toda la noche y recién de madrugada pudo descansar.

Cuando se encontró mejor armó un pequeño bolso y viajó a Mar del Plata a visitar a su amigo el arquitecto. No podía desaparecer sin verlo. Pocho también era su amigo, era su hermano, por eso despedirse de él definitivamente resultaría imposible. Pocho lo único que haría es querer evitarlo.

Su estado general era de pésimo a malo. El anímico peor, las contracturas en todo el cuerpo lo tenían encorvado....

Salió en el auto. Paró en la estación de servicio:
- Llename el tanque y ponémelo bien de aceite - le pidió al playero- y antes que terminara ya había arrancado el motor y se estaba yendo.

Se perdió de vista. Tomó la ruta y los subió a 160 kilómetros, puso la mente en blanco y no miró hacia ningún costado, ni hacia atrás, solamente adelante. Los coches silbaban con el viento al pasarle rasantes. las señalizaciones de la ruta le eran totalmente indiferentes. No se detuvo ante nada.


Entró por la primer rotonda y tomó Juan B. Justo. Los bocinazos y el tránsito llamaban la atención de todo el mundo, menos de Rafael. Rafa andaba en otro tránsito. El embotellamiento interno era el único que no lo dejaba conducir.

Paró en un bolichón, en cinco minutos tomó varias cervezas y dejó el auto estacionado. Ya a dos cuadras de lo de José, su amigo, caminó hasta el edificio. Se acercó al portero eléctrico, le tocó dos timbrazos pero justamente alguien le abrió y entró antes de darse a conocer.

Cuando su amigo, abrió la puerta se sorprendió profundamente, ambos se emocionaron mucho al verse y se fundieron en un abrazo: " esos abrazos que sirven para unir las partes rotas"  dice una amiga mía.

Luego caminaron a la par hasta la casa, donde Rafa se sentó apurado. Sin sacarse la campera  y con el cigarrillo prendido como todo el día, se cruzó de piernas y se sujetó las rodillas con fuerza. Y al estar frente a frente José le dijo:

-Más allá de todo lo que es comprensible, hoy te noto particularmente raro, ¿Te pasa algo?
-No no, contestó Rafael - sin decir más nada-.

El silencio le dio de nuevo la razón a José, no haría casi 200 kilómetros para no decir nada.

-Estás seguro?¿En qué puedo ayudarte maraca? - bromeó José -

-En nada- insistió y empezó a temblar -.

-Por favor Rafael, qué te pasa?

-Me voy a matar José - y esas palabras salieron como dardos que no tienen dónde clavarse-

-Quée - exclamó José consternado por lo que acaba de escuchar-.

-No quiero vivir más, José, no quiero -dijo simplemente-

El silencio volvió a ocupar espacio hasta que José se levantó de su silla y se acercó a Rafael. Se puso serio y lo miró a la cara  furioso:

-Si querés matarte, matate, pero para que venís a mi casa a contarme? No puedo decirte que no tenés razones, pero vos no podés hacer semejante disparate...

-Vos no entendés lo que es este infierno- se defendió Rafael -

-Si entiendo... pero es una locura...no podés...

-Locura es lo que tengo. No puedo más. Necesito paz. Es lo único -dijo a su turno Rafael-.

-Vas a hacerme lo mismo que tu padre te hizo a vos, avisarme para que no pueda hacer nada! -gritó José desesperado -.

-Papá tenía razón, José, cuando no hay nada más que hacer, hay que irse -contestó neciamente-.

-Y quién sos vos para decir que acá ya no tenés nada más que hacer acá -le contestó José-.

-¿Vos me tenés que decir lo que tengo o no que hacer?

-No, yo no. El de arriba. Si te quisiese allá, te habría llevado, pero no. Vos antes tenías fé, eras un chico de Iglesia...

-Ya no, cambié de idea. Dios me abandonó. -

-Veo que no es una consulta, es un aviso: Hacé lo que quieras: tenés dos caminos: pegarte un tiro o tratar de ser feliz como antes - dijo desencajado secándose las lágrimas.

-No estoy para retos y disculpas por haber venido - dijo Rafael al cerrar la pueta-.


Fuera de sí, repitió el tramo hasta llegar al auto. Le puso unos pesos más de nafta al auto y emprendió la vuelta, indignado de que nadie finalmente decidiera acompañarlo, facilitarle las cosas. Ni sus amigos eran capaces de comprenderlo.
Su padre era el único que seguramente entendía.

Ese reflujo de palabras tan masticadas, tan devoradas, lo fue asqueando. Qué carajo quería! Qué otra cosa le iba a decir José! ¿Iba a gatillar su revolver? Sabía que ser su amigo tampoco era fácil.

Tenía la idea fija. Se fue convenciendo cada vez más. Enceguecido se acordó del puente Alto. Abrió la puerta, se sentó, encendió el motor y pisó el acelerador con asco como si fuese una cucaracha. Tomó la ruta a fondo, pegó la espalda al asiento y puso la mirada en línea recta hacia el infinito. Manejó durante unos treinta kilómetros, hasta el cruce de las rutas, donde su pensamiento ya era una tormenta negra y trágica. La velocidad de su mente superó a la del coche. El estaba más allá. Pisó, pisó, pisó...cerró los ojos y se tomó ambos brazos con fuerza para alejarlos del volante que dejó a la deriva...

Sintió un terrible pánico al arrojarse a la nada. La muerte en carne propia, la despedida final a un mundo que se había vuelto en contra, sintió el alivio del final pero al mismo tiempo sintió que algo maravilloso podría sucederle estando vivo y ya no estaba a tiempo.

Hizo, calculan, más de trescientos metros con los ojos cerrados. Su cabeza viajó por un largo túnel alucinógeno durante esos segundos y las imágenes se entrecruzaron torpemente entre luces, fuego, presente, pasado, pero ningún muerto. Increíblemente no hubo fin. Había cruzado el puente intacto, sentado, derecho y vivo.

Abrió los ojos encandilados de miedo. Se detuvo un momento. Se preguntó de nuevo y como siempre, por qué. No tenía fuerzas para hacer otro intento. De nuevo, contra Dios, no podía.
Estar vivo era una señal. Estar vivo era su destino.

Se ajustó el cinturón, se miró el cuerpo para volver a comprobar la realidad. Excitado prendió un cigarrillo y tardó un buen rato en poner el auto en marcha.

Retomó el camino. Temblaba. Empezó a darse cuenta recién de todo lo que pasaba. Del antes, del ahora. Tal vez un nuevo capítulo empezaba.




28




Lo que inexorablemente nos toca pasar. A todos, por ejemplo, la vida, por ejemplo, la muerte. A la naturaleza, la muerte de la tarde día a día sobre el horizonte; la muerte de la nube, hecha lluvia. Al hombre: la muerte del padre, del hijo, del cuerpo.

Pero cómo poder entenderlas...Habría que educarse para la muerte. Internalizar se sentido más sencillo, que es que algo acaba para ser otra cosa. Aprehenderla, de modo de no quedarse aferrado solamente al dolor de la pérdida. De modo de poder sobrevivirla.

A Rafa lo ha atropellado la muerte tantas veces...

En una hora y cuarto, estuvo en Guido. Su casa otra vez. El sillón verde. La ventana. El naranjo.
Dormir era imposible. Fue al baño, vomitó. Dio vueltas en la cama. Se tapó, se destapó... por un segundo cambió el blanco de su pensamiento y pensó en Dana. Con ella tenía otros síntomas. Su existencia tenía olor a nuevo, recordándola.

Si era así, ¿por qué no  la buscaba en vez de insistir desesperado en encontrar una forma de matarse?¿Era ya un inhabilitado al amor, un fracasado? En el fondo era un discapacitado afectivo por no animarse, por hacer lo más fácil: estar como estaba.

Tal vez José tenía razón. Si las opciones eran dos y la muerte no resultaba, quedaba otra, salvarse por amor, entregarse otra vez como en aquel maravilloso tiempo, el único tiempo verdadero.

Llamó a la farmacia. Avisó que por el momento no iría.
Ordenó la casa. Se aseguró que el arma estuviera descargada en su lugar.  Abrió las ventanas, ventiló su habitación, hizo la cama.
Puso música de fondo, barrió la cocina y el comedor mientras escuchaba...
Preparó el mate y salió al patio. Cerró la puerta que da a lo de Rosita para que nadie molestara y pasó la tarde a expensas de su soledad, hasta que algo fuerte y caliente fue subiéndole por las entrañas.

Por un momento volvió a sentirse vivo y despierto. Y se quedó a oírla... sí... a esa voz... a la de adentro...

Pensó de nuevo su vida, hizo un repaso, supo que nunca más estará con Carmen y con los chicos pero supo también que nunca más estará sin ellos...

"Están ahí, - me dijo- los siento".


Volvió al armario obsesivo a mirar el 38. Volvió a guardarlo. Una sensación rara, nueva, se pareció a la paz tan deseada.


"Eran las doce. Quedaban unas pocas velas que encendí para esperarla.  Algunos perros de barrio que ladraban a lo lejos y mi repetido  insomnio de la madrugada.
Pensé en mi infancia, me hizo bien, ahí yo también era. Estaba entero todavía. La casa me devolvió el lugar, ese, el mío. Las velas se fueron apagando  pero volví a prenderlas varias veces y el cebo caliente cayó al mismo tiempo que mis lágrimas. La habitación se fue llenando de flores poco a poco porque ahora sí mis ojos aún empañados podían verlas...


La luna estaba alta detrás de su casa, la de siempre. También  el sillón verde. La ventana. El naranjo.
Frente a frente. Hablaba con Dana".

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